Ernesto Deras no puede explicar por qué se levantó de su asiento, se acercó al altar de una iglesia en el vecindario de Panorama City de Los Ángeles y comenzó a llorar descontroladamente.
“Perdón, perdón, perdón”, repetía el hombre que los demás pandilleros conocían como Satán, mientras se dejaba caer de rodillas.
“Me habían disparado, me había roto huesos, estuve en prisión”, me dijo este año, a casi dos décadas de que se acercó a Dios. Nada de eso lo había hecho llorar. “Me sentía como un hombre que no tenía lágrimas, pero aquel día ocurrió algo poderoso”.
Otros expandilleros narran historias similares. La Iglesia —en especial la Iglesia evangélica pentecostal— los atrajo a su rebaño y los liberó, oración por oración, de las tenaces garras de las pandillas. Las pandillas, a su vez, respetaron estas salidas. Volverse miembro activo de una comunidad religiosa sigue siendo casi la única forma en la que alguien puede salir vivo de la abominable pandilla Mara Salvatrucha, mejor conocida como MS-13.
Hay pocos datos confiables sobre cuántos miembros han abandonado la MS-13 para unirse a la Iglesia, pero en un sondeo reciente de la Universidad Internacional de Florida a casi 1200 pandilleros en las cárceles de El Salvador, un 58 por ciento dijo que la Iglesia era “la organización más adecuada para dirigir programas de rehabilitación”.
Las historias de las experiencias de estos pandilleros con la religión nos dan claves sobre cómo reducir la influencia de la MS-13 en Estados Unidos y otros países donde opera. La pandilla comete crímenes espantosos, pero después de pasar tres años estudiando a la MS-13, mis colegas y yo concluimos que la mejor forma de disminuir el atractivo que tiene la pandilla para los jóvenes vulnerables es verla más como una organización social que como una empresa delictiva.
La MS-13 se originó a principios de la década de los ochenta, cuando un grupo de refugiados salvadoreños se reunían para escuchar heavy metal, beber alcohol y fumar marihuana en la zona metropolitana de Los Ángeles. Al igual que otras de las llamadas “pandillas de drogadictos” de la ciudad en aquella época, la MS-13 se convirtió en un grupo violento; en parte, fue en defensa propia y, en parte, por ambición criminal. Desde aquellos años hasta ahora se ha diseminado a media decena de países, por lo que se ha convertido en prioridad para más de un gobierno, incluyendo el de Trump, que ha emitido declaraciones temerarias, a menudo falsas, sobre la pandilla.
El presidente Trump, al igual que muchos mandatarios antes que él, ha buscado lidiar con las pandillas mediante el encarcelamiento, condenas más rígidas y la deportación. Sin embargo, la MS-13 ha crecido durante casi cuatro décadas, principalmente debido a que su razón de ser trasciende las ganancias monetarias o de capital.
La MS-13 es como una familia adoptiva. Sus miembros se afilian por muchas razones, pero principalmente porque son vulnerables, marginados y carecen de un camino claro para ascender en la escala socioeconómica. Lo que encuentran en la pandilla es un grupo muy unido que consideran un medio de protección.
Los miembros de la MS-13 llaman a este resguardo “el barrio”. El barrio es parte de una noción mítica de que, si te comprometes con algo que es más grande que tú, serás recompensado con respeto, estatus y camaradas que te respaldarán cuando alguien del exterior te amenace.
El barrio es un sistema de creencias que se puede evocar para bien o para mal, y que incluye violencia extrema, comportamiento criminal depredador y formas brutales de control social que han ocasionado miles de muertes en Estados Unidos y en toda Centroamérica.
Tanto la Iglesia como la pandilla son organizaciones sociales muy unidas; son lugares donde la gente encuentra una familia alternativa que requiere compromisos tanto emocionales como de tiempo. Los miembros de la Iglesia se llaman entre ellos hermanos o hermanas y, al igual que sucede con los miembros de una pandilla, se espera que se cuiden mutuamente y provean empleo, refugio y alimento cuando sea necesario. Las Iglesias también son extremadamente patriarcales.
Muchas Iglesias evangélicas encaran la amenaza no solo a nivel espiritual y emocional, sino también práctico. Dan empleos y contactos laborales, servicios informales de guardería y acceso a servicios de salud. Tal vez lo más importante es que monopolizan el tiempo de sus miembros. Se celebran misas todas o casi todas las noches, lo cual coincide con las horas en las que se espera que los miembros de las pandillas salgan a hanguear, como les gusta decir en espánglish, con otros miembros de la pandilla.
Esta transición a la religión sugiere que deberíamos dedicar cantidades equivalentes de recursos y retórica para crear una alternativa al barrio de la MS-13, un espacio que nutra a la juventud en lugar de marginarla, encarcelarla y deportarla.
Los espacios seguros incluyen a las instituciones religiosas, pero también podrían crearse en escuelas libres de pandillas donde los jóvenes en riesgo obtengan apoyo emocional, así como práctico y financiero. Aunque la procuración de justicia seguirá siendo un componente necesario de la estrategia para combatir a las pandillas, el compromiso con estos tipos de prevención y estrategias de salida es la única forma de mitigar la influencia de la pandilla a largo plazo. No obstante, estos programas reciben centavos en comparación con las iniciativas recientes de procuración de justicia cuyo objetivo son las pandillas.
A pesar de lo dramático que fue su colapso nervioso en la iglesia, la transición de Deras de la vida de pandillero a la religiosa ocurrió con el paso del tiempo, a medida que trabajó para integrarse a su nueva comunidad religiosa. También tuvo que pasar un tiempo para que Deras sintiera que podía confesar a los líderes de la pandilla que asistía a la iglesia con regularidad. Cuando lo hizo, no le dijeron que dejara de hacerlo, sino lo contrario: “Sigue acercándote a Dios”.