Luego de que fuera reportado la semana pasada por diferentes medios estadounidenses, el presidente Donald Trump finalmente confirmó el sábado en persona que su gobierno buscará retirarse del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, en inglés) firmado con Rusia en 1987, lo que podría constituir un peligro para los esfuerzos de no proliferación.
A esto se suma la postura del Asesor en Seguridad Nacional, John Bolton, y del Asesor en Control de Armas, Tim Morrison, de no renovar el tratado NEW START, firmado también con Rusia para limitar las armas nucleares desplegadas a 1.550. El NEW START tiene vigencia hasta 2021 y si no es extendido podría dar inicio a una carrera de armas nucleares.
Ambos acuerdos bilaterales se suman al Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT, en inglés), un instrumento jurídico que entró en vigor en 1970 y lleva la firma de 190 países, para constituir la arquitectura jurídica de la no proliferación nuclear a nivel global.
En el caso del INF, se trata de un acuerdo para prohibir las armas nucleares de medio alcance, aquellas con un rango de acción entre los 500 y los 5.500 kilómetros y disparadas en tierra (GLBM o GLCM, dependiendo de que se trate de un misil balístico o de crucero), en los arsenales de la Unión Soviética (mantenido luego por Rusia) y Estados Unidos y fue firmado en 1987 por el secretario general Mijail Gorbachov y el presidente Ronald Reagan, respectivamente.
Su negociación comenzó a fines de la década de 1970, cuando la URSS desplegó sus misiles SS-20 en Europa, un nuevo y mejorado modelo de los llamadas Misiles Balísticos de Rango Medio (IRBM, en inglés).
El despliegue provocó una crisis diplomática y rápidamente disparó una carrera de armas limitada, preparándose la OTAN para modernizar sus propios IRBM en la región con la llegada de misiles Pershing II.
Tras años de negociaciones, y en el contexto de la mejora de las relaciones entre las dos superpotencias durante el último tramo de la Guerra Fría y poco antes de la caída de la URSS, Washington y Moscú alcanzaron un acuerdo que significó la destrucción de casi 2.700 ojivas y misiles entre las llamadas armas nucleares tácticas.
Ambos países mantuvieron intactos sus arsenales estratégicos de Misiles Balísticos Intercontinentales (ICBM), con alcances superiores a los 5.500 kilómetros, lo que significa que Rusia y Estados Unidos están capacitados para atacarse mutuamente con estas armas, pero el INF contribuyó a desescalar las tensiones de un conflicto inmediato en Europa
Bolton y otros “halcones” dentro del gobierno de Trump sostienen que Rusia ha violado el acuerdo con el desarrollo de un nuevo misil de crucero, el 9M729, que superaría ampliamente el alcance 500 kilómetros según estimaciones de expertos, como reporta el sitio especializado Global Security.
No es la primera vez que Washington señala a Moscú por violar el acuerdo. En 2014 el gobierno del entonces presidente Barack Obama acusó a Rusia probar un nuevo misil balístico de rango intermedio, en violación del INF.
El gobierno de Vladimir Putin ha negado ambas acusaciones, pero al menos desde 2014 Estados Unidos ha estado presionando a Rusia para que desista de estos desarrollos y se adecue al INF.
Además, Bolton, Morrison y otros consideran que la falta de este tipo de armas en los arsenales de Estados Unidos es una desventaja ante las crecientes confrontaciones con China, que no forma parte del INF y cuenta con GLCM y GLBM sin limitaciones.
Tensión con los aliados
El experto en control de armas Steven Pifer, investigador en el Instituto Brookings, consideró en un reciente artículo que si bien las violaciones de Rusia son una justificación viable para que Estados Unidos abandone el tratado, hacerlo sería un error.
En principio porque Washington sería culpado unilateralmente por romper un instrumento valioso de no proliferación nuclear, pero además porque el quiebre eliminará toda necesidad de que Moscú niegue acusaciones o limite desarrollos.
Es decir, que si el INF desaparece es de esperar que ambos países reanuden el desarrollo y despliegue de estas armas.
Pifer también advierte que la decisión tendría efectos con los aliados europeos y dentro de la OTAN, con los que Washington ya mantiene una relación tensa.
Y esto se debe, en parte, a que los misiles afectados por el INF deben necesariamente ser desplegados relativamente cerca de sus blancos. Disparados desde Rusia o Estados Unidos, no tienen el alcance para llegar a uno u otro país.
Por esta razón, la carrera de armas también elevaría la necesidad de encontrar países aliados que acepten albergarlas y se encuentren cerca de Rusia, como Polonia, Japón y Corea del Sur.
Una situación potencialmente peligrosa y más propia de tiempos de la Guerra Fría, y que remite a la crisis de los misiles de 1963, originada por el despliegue de misiles de alcance intermedio de Estados Unidos en Turquía, y de la Unión Soviética en Cuba.