El final definitivo de una era en el reciclaje de basura mundial llega este 1 de enero. China, que durante décadas fue el gigante mundial en la recepción de residuos para su tratamiento, ya no admitirá a partir de ese día basura sólida de ningún tipo procedente del extranjero. Culminará así un proceso de tres años, desde que en 2017 empezó a rechazar este tipo de importaciones para proteger su medio ambiente y su salud pública, una decisión que sembró el caos en las cadenas de reciclaje de medio mundo y ha tenido gran transcendencia en España.
A partir de ahora, solo podrán entrar en China los materiales reciclados que ya hayan sido procesados en el extranjero. Así, por ejemplo, se admitirá la importación de la pulpa de papel, pero no el papel usado. “Tenemos al alcance de la mano la victoria a la hora de lograr la meta de cero importaciones de desechos extranjeros”, ha declarado el director del departamento de basuras sólidas y químicas en el Ministerio de Ecología y Medioambiente (MEE), Qiu Qiwen.
Aunque en teoría los desechos que se envían desde los países ricos —papel, plástico, metales— son material para reciclar, y en las naciones en desarrollo se compraban para sacarles rendimiento, en la práctica solo una proporción pequeña llega en unas condiciones aprovechables. La mayoría está demasiado sucia, deteriorada o mezclada con otros productos no reciclables. Acaba, por tanto, incinerada o en vertederos, algo que contribuye al deterioro medioambiental y a la contaminación por plástico, una de las grandes plagas de nuestra época creadas por el ser humano.
La prohibición china “es una oportunidad para que todos los países reduzcan la producción de basura desde el comienzo. Este veto aumenta la presión sobre los países exportadores (de residuos) para que se planteen cómo producir menos desechos, que es la auténtica solución a la crisis que encaramos”, apunta Liu Hua, de la campaña de Greenpeace East Asia contra los plásticos.
Hasta 2017, China procesaba casi la mitad de los productos reciclados de todo el mundo, más de 45 millones anuales de toneladas de metal, plástico y papel usado. Desde la entrada en vigor de la prohibición inicial el 1 de enero de 2018, esas cifras no han dejado de caer: ese año entraron 22,63 millones de toneladas; en 2019 lo hicieron 13,48 millones; y hasta noviembre de este año se importaron 7,18 millones, una caída del 41% interanual.
Al comienzo, el Gobierno chino cerró la llegada de 24 tipos de basura sólida, incluidos plásticos. A lo largo de los siguientes tres años, la lista creció hasta incluir 56 categorías, entre ellas chatarra de vehículos o serrín. Pero, pese a la prohibición, las compañías podían solicitar excepciones para la entrada de material vetado, algo a lo que se pone fin desde el 1 de enero.
Con la entrada en vigor de la prohibición total china, otros países vecinos pueden sufrir un aumento de la presión para recibir mayores cantidades de esos materiales, un fenómeno que ya había comenzado desde que Pekín empezó su veto gradual. Un informe de Greenpeace East Asia del año pasado indica que entre 2016 y 2018 “la mayoría de los plásticos se dirigió a regiones y países menos regulados. El sureste asiático, especialmente, pero también otras áreas que no tienen restricciones adecuadas para impedir importaciones desmesuradas, o capacidad real para procesar esa basura”. Además, según el estudio, aunque las exportaciones de plásticos se redujeron a la mitad entre esos dos años, “a los antiguos exportadores se les acumula la basura, sin procesar o procesada inadecuadamente”.
China inició la importación de productos para su reciclaje durante la década de los años ochenta, cuando empezó a desarrollar su sector manufacturero y explotó la necesidad de materias primas. Utilizar este tipo de materiales fue una manera de cubrir esa demanda sin disparar los costes.
207.000 toneladas desde España
Desde entonces, cerca del 95% del plástico usado de la Unión Europea y el 70% del estadounidense llegaban a plantas chinas para su reciclaje, donde el negocio prosperó hasta tal punto que ciudades enteras, como Guiyu, la considerada “capital” informal del reciclaje de productos electrónicos, basaron su economía en ese sector. Solo en 2016, España envió 207.835 toneladas de plásticos hacia este país (incluyendo Hong Kong).
Pero el que muchas de las empresas especializadas en ello fueran de pequeño tamaño, procesaran los desechos de manera casi artesanal y utilizaran estándares laxos, desencadenó graves problemas medioambientales, desde la contaminación de acuíferos a altos niveles de emisión de carbono. En Guiyu, la contaminación de materiales pesados afectó a un 90% de los niños de la localidad, la mayoría de ellos con altos niveles de plomo en la sangre, según CCTV. En 2017, un 60% de las plantas de reciclaje inspeccionadas violaban las leyes medioambientales chinas, según el Ministerio entonces conocido como de Protección Medioambiental.
A lo largo de las últimas tres décadas, la producción de basura propia también ha crecido de manera exponencial en China. Cada año se acumulan cerca de 215 millones de toneladas de basura sólida, según la Oficina Nacional de Estadísticas, que acaban en su mayor parte incineradas o en vertederos. Según el medio de información económica China Business News, este país solo recicla entre un 20 y un 30% de sus desperdicios plásticos. Su principal vertedero, que ocupa un área equivalente a cien campos de fútbol, ya se ha llenado por completo, 25 años antes de los previstos.
Con la prohibición de las importaciones de basura extranjera, el Gobierno chino quiere concentrar ahora esos recursos en la gestión de esos desechos propios. Desde 2019, se han seleccionado 11 ciudades y cinco áreas en China para desarrollar programas de cero desechos, en los que se combina un aumento del reciclaje de los productos sólidos y una reducción del resto de residuos. Según los datos del MEE, el país ha invertido más de 120.000 millones de yuanes, o unos 15.000 millones de euros, en más de 500 proyectos y 900 misiones dentro de esos programas.
Este año, Pekín se ha convertido en la segunda ciudad del país, por detrás de Shanghái, en hacer obligatorio el reciclaje de basuras en cada vecindario. Para el 1 de enero, quedarán prohibidas las bolsas de plástico no biodegradables en las grandes ciudades; en el resto del país, será en 2022, dentro de un plan para vetar por completo el empleo de ese tipo de material en 2025.
“La prohibición de importar residuos se concibió para desarrollar una industria del reciclaje robusta y bien regulada en China”, precisa Liu. “Durante demasiado tiempo muchos países recurrieron a la relativa facilidad para exportar desechos como excusa para no recortar en su producción de basura”.
BASURA DE CONTRABANDO
Aunque la entrada de desechos importados se ha recortado de manera drástica en los últimos tres años, China ha detectado un aumento en el contrabando para introducir este tipo de productos en el país, a menudo en pequeñas cantidades, según CCTV. Entre otros productos, las pantallas y los teléfonos móviles son fáciles de desmontar y de transportar por separado. Detectar este tipo de contrabando, sobre todo si ocurre de manera esporádica, es complicado, según indicó Zhang Hong, un funcionario de Aduanas en la ciudad de Shenzhen, fronteriza con Hong Kong, a esta cadena de televisión estatal china. Para hacer frente al problema, las autoridades aduaneras han ordenado un aumento de los controles y el rastreo de datos y otras tecnologías para detectar posibles casos de contrabando. China “no cejará en sus esfuerzos por atajar el contrabando de desechos extranjeros”, ha asegurado Qiu, el alto cargo del Ministerio de Medio Ambiente. “Cualquier violación de la prohibición a importar ese tipo de productos será castigada con dureza”.