Con septiembre llega también a California la esperanza de una lluvia de otoño que ponga fin a uno de los años más secos que ha visto en 126 temporadas registradas, es decir desde 1895. Agosto se fue, pero las cálidas temperaturas permanecen en la región. El 88% del Estado sufre una sequía extrema, que se vuelve excepcional en un 47% de su superficie, favoreciendo el avance de los grandes incendios por kilómetros de vegetación seca. El fuego Caldor lleva 23 días asolando el norte de California. En la misma zona sigue activo el Dixie, el más grande, que ha consumido en 54 días 3.700 kilómetros cuadrados (370.000 hectáreas), una superficie mayor a la de Luxemburgo. La lluvia ponía generalmente el punto final a estos desastres de grandes dimensiones. Era la ayuda que necesitan los cientos de cuadrillas de miles de bomberos que trabajan para apagarlos. Pero eso era antes.
La presa Oroville, a 128 kilómetros al norte de Sacramento, la capital del Estado, está al 22% de su capacidad, su nivel más bajo desde 1968, año en que comenzó a operar. La falta de lluvia ha obligado a abandonar decenas de pequeñas embarcaciones de veraneo en este popular embalse de pesca y actividades deportivas. Otros barcos han sido puestos sobre columnas de madera para evitar que encallen ante el menguante nivel. La sequía dejó durante el verano solitarias imágenes en el segundo lago artificial más grande de California, que atrae cada año a miles de personas para la pesca de lubinas y salmones.
A principios de agosto el nivel de la reserva hídrica, que está al 35% del promedio histórico, forzó a las autoridades a parar la hidroeléctrica Edward Hyatt. La planta produce el 1% de la energía promedio usada a diario en épocas de alta demanda, como el verano. Esta fue la primera vez que se apagó desde que comenzó a operar hace 53 años. El hito es un nuevo y preocupante antecedente para una zona que cuenta las lluvias de la temporada con los dedos de una mano. Las bajas reservas y las altas temperaturas han obligado a las autoridades a pedir a los 40 millones de californianos reducir su consumo de energía durante cinco horas por las tardes para garantizar el buen funcionamiento de la red. Estos eventos climáticos extremos, que se espera aumenten con el calentamiento del planeta, ya ha puesto en apuros a las infraestructuras energéticas de otros gigantes de Estados Unidos, como Texas.
Esto no es un problema exclusivo de Oroville. De las 12 reservas hídricas que tiene California 9 están actualmente con una capacidad menor al 40%. Entre estas está el lago Shasta, el más grande del Estado y una fuente indispensable de agua para Sacramento y el valle central. Está a un 26% de su capacidad cuando su promedio histórico para el periodo es de 42%. El muelle de la zona ha sido movido 60 metros hacia dentro del cuerpo para poder mantener en funcionamiento los barcos.
Para encontrar una situación peor hay que remontarse a 1976 y 1977, dos de los años más secos para California. Antes de que los tiempos del cambio climático comenzaran a batir récords, estos eran, respectivamente, el cuarto y el primer año más seco en un siglo de registros (2021 es el segundo). Ambos tuvieron bajísimos niveles de lluvia, lo que puso en alerta al Estado, que en aquel entonces tomaba el 60% de sus recursos hídricos de reservas en la superficie. Aquella situación crítica se resolvió casi de milagro con intensas lluvias caídas entre enero y marzo de 1978. Estas permitieron rellenar las reservas y evitaron hilar un tercer año consecutivo de sequía que “habría tenido consecuencias catastróficas en muchas áreas”, según señala un informe de la época. La increíble recuperación de 1978 aseguró incluso el abastecimiento para 1979. El informe hacía una advertencia importante: “Las cuencas subterráneas del Estado deben recargarse para proveer nuevamente los márgenes de operación de 1977″. Hoy, sin embargo, este consejo ha sido ignorado. La mayoría de los agricultores sobreexplotan los mantos taladrando pozos en busca de un agua que no encuentran en la superficie.
La lluvia providencial tuvo otro momento estelar a finales de 2017, que se ganó un sitio en la memoria como uno de los inviernos más húmedos de la historia del Estado. “Bajó tanta nieve derretida de las montañas de la Sierra Nevada que casi elimina la presa Oroville. La presa resiste y las compuertas también. Toda la nueva agua fluye al delta y lo que no llega al mar llena nuevamente los acueductos”, describe el periodista Mark Arax en The Dreamt Land, una crónica de las batallas de California y el pujante impulso del agro en tiempos de sequía. Las lluvias de invierno dejan por primera vez en seis años excedentes en los flujos.
Ahora no es tan claro que el milagro llegue pronto. Jelena Lukovic, una científica serbia, publicó a inicios de 2021 una investigación en la que afirma que el inicio de la temporada de lluvia de California ha sido desplazada 27 días, de noviembre a diciembre. Y con las lluvias más copiosas llegando en enero y febrero. Esta es la conclusión de un equipo de científicos que experimentó con modelos climáticos alimentados con variables de los últimos 60 años y encontró que han cambiado los patrones de la circulación atmosférica. Esto quiere decir que los otoños serán más secos, lo que representa una posibilidad de que se alargue la temporada de incendios forestales. El hallazgo de los científicos exige a California cuidar mejor un agua cada vez más escasa.