Aunque el coronavirus empieza a dar alguna pequeña señal de que los contagios en Brasil se multiplican a menor velocidad, todavía causa cada día unos 1.000 fallecimientos y en torno a 50.000 contagios. Como suelen recordar algunos divulgadores científicos, es como si cada 24 horas se estrellaran tres aviones repletos de brasileños. Pero la virulencia del brote, el segundo peor del mundo después de Estados Unidos, tiene otro efecto. Es uno de los factores que han convertido a Brasil en un atractivo laboratorio para los científicos y empresas embarcados en la frenética carrera para conseguir una vacuna de la covid-19. Cuatro de ellas están siendo probadas en este país de territorio continental y 210 millones de habitantes.

El constante sabotaje del presidente Jair Bolsonaro a los esfuerzos iniciales de los gobernadores por contener el virus ha marcado una crisis sanitaria en la que los Estados hace tiempo que dejaron de actuar de manera coordinada. El resultado son 107.000 fallecidos y 3,5 millones de contagiados desde que se detectó el primer caso, nada más terminar el Carnaval. Son números abultados, aunque la ausencia de test masivos a la población indica que la subnotificación es enorme. Con las cifras oficiales, la tasa de fallecidos es menor a la de varios países de la región y europeos.

Demanda

El país es un banco de pruebas demandado porque, además de que el virus lleve meses en expansión veloz, tiene un consolidado y extendido programa de vacunación nacional, prestigiosos institutos de investigación biomédica y ha conseguido miles de voluntarios dispuestos a que les inoculen la vacuna (o el placebo). Brasil tiene capacidad de producir 500 millones de vacunas al año.

Un millón de personas se inscribieron en la web para reclutar voluntarios, aunque no todos cumplían los criterios exigidos. Es imprescindible ser personal sanitario que trabaja directamente con enfermos de covid y que en estos meses no se hayan infectado. Pero la cifra de inscritos da idea del nivel de entusiasmo.

Esta semana se ha anunciado el acuerdo para probar aquí una cuarta vacuna experimental, la desarrollada por Janssen, la farmacéutica de Johnson & Johnson, con unos 7.000 voluntarios que serán reclutados por una veintena de centros de investigación repartidos por varios Estados. Esta iniciativa se suma a los ensayos clínicos que ya están rodando: el de la vacuna diseñada por la Universidad de Oxford y la empresa AstraZeneca, que está en la última fase de prueba con 5.000 voluntarios en Brasil, y el de la farmacéutica china Sinovac, con 9.000 personas. Ambos se están realizando en diversos puntos de un territorio que es el doble de extenso que la Unión Europea y donde el virus avanza a distintas velocidades. Una cuarta vacuna, diseñada por Pfizer, va a ser probada en un millar de profesionales sanitarios en el Estado de Bahía.

La infectóloga Nancy Bellei detalla los motivos por los que Brasil resulta un buen laboratorio. Mejor, por ejemplo, que Estados Unidos. “Somos un país que tiene uno de los mejores programas de vacunación del mundo, la inmunización está muy aceptada por la población. Además, tenemos experiencia tanto en colaboraciones público-privadas para producirlas, como en transferencia de tecnología y en el diseño de ensayos clínicos”, enumera esta profesora de la Universidad Federal de São Paulo (Unifep) que está involucrada en el ensayo de Oxford. Explica que forma parte del grupo de médicos encargados de hacer pruebas a los voluntarios que caen enfermos tras recibir la vacuna experimental contra la covid (o la que usan como placebo, en este caso la de la meningitis).

La rivalidad política y científica también explica por qué Brasil acoge cuatro ensayos clínicos sin que se descarte que pueda acoger varios más. Gobernantes y científicos, todos quieren tener el suyo. Resulta que, en paralelo a la carrera entre países por ser el primero en hallar, comercializar y distribuir la vacuna, dentro del propio Brasil se ha desatado una carrera en la que participan políticos, por un lado, y los principales centros de investigación.

Entierro de una víctima de covid en el cementerio de la ciudad de Nova Iguaçu, cerca de Río de Janeiro.
Entierro de una víctima de covid en el cementerio de la ciudad de Nova Iguaçu, cerca de Río de Janeiro.PILAR OLIVARES / REUTERS

Como telón de fondo, el enfrentamiento entre Bolsonaro y gobernadores como los de São Paulo y Bahía sobre cuál es la manera más eficaz de gestionar la enfermedad (y sus consecuencias económicas); o la rivalidad entre dos instituciones científicas fundadas a principios del XX: el Instituto Butantan, dependiente del Gobierno estatal de São Paulo y fabricante de la mayoría de las vacunas brasileñas, y la fundación Fiocruz, con sede en Río de Janeiro y vinculada al Ejecutivo federal.

La especialista Bellei señala otros dos motivos que en su opinión han pesado para elegir Brasil: que tiene un bien asentado sistema de distribución de vacunas, que llegan hasta los rincones más remotos respetando la cadena de frío, y que no faltan aspirantes a participar en los ensayos. “Hay cola de espera para ser voluntario”, dice la infectóloga antes de recordar que “cuando llegó la epidemia de H1N1 [gripe A] la gente hacía cola de madrugada para que le pusieran la vacuna”. Los movimientos antivacunas también han llegado a Brasil, pero aquí han arraigado menos que en países como Estados Unidos.

Descoordinada gestión política

La descoordinada gestión política de la crisis sanitaria derivada del coronavirus es una catástrofe para muchos de los profesionales del Sistema Unificado de Salud, la mayor sanidad pública del mundo, bregada en la batalla contra el zika, la fiebre amarilla, el dengue o el sida.

“Si todo sale bien, en Brasil tendremos vacuna para los grupos prioritarios en el primer trimestre de 2021”, explicaba Ricardo Palacios, director médico de investigación clínica del Instituto Butantan, en una entrevista con la edición brasileña de este diario. “Antes de fin de año debemos tener algún estudio preliminar eficaz. Lo cual es absolutamente increíble si tenemos en cuenta que nos enteramos de la existencia del nuevo coronavirus en los últimos días de 2019. Es algo inédito y eso demuestra que la coordinación global de científicos está funcionando”, destacaba el investigador.

Acuerdos de preferencia con farmacéuticas

Los acuerdos suscritos por las autoridades brasileñas con las farmacéuticas les dan preferencia. Las firmas se han comprometido a venderles decenas de millones de dosis de sus vacunas.

El compromiso con Sinovac obliga al Instituto Butantan, que depende del Gobierno estatal de São Paulo, a invertir 16 millones de dólares (13,6 millones de euros) en la investigación. A cambio, recibirá dosis suficientes para vacunar a 60 millones de personas, una cantidad que supera por mucho su población.

El del Gobierno federal con AstraZeneca implica el desembolso de 100 millones de dólares a cambio 30 millones de dosis incluso si los test fracasan. Si son exitosos y logra una inmunización eficaz, el Gobierno de Bolsonaro tendrá prioridad para comprar 70 millones de dosis más. Cifras insuficientes para vacunar a toda la población del país.

A principios de este agosto, Bolsonaro anunció que el Gobierno brasileño ha reservado 1.900 millones de reales (335 millones de dólares) para procesar y producir la vacuna de Oxford.

Brasil acaba de recibir por fin la primera buena noticia desde el inicio de la pandemia. El último informe del Imperial College de Londres sobre la velocidad del contagio lo coloca por debajo del 1, lo que significa que cada infectado transmite la enfermedad a menos de una persona, es decir, su avance se ralentiza. La región que más preocupa es el sur y suroeste, con cinco Estados donde las muertes se han duplicado en el último mes. Pero la situación se ha estabilizado en los Estados más poblados, São Paulo y Río de Janeiro, donde la normalidad avanza, vuelve el tráfico y reabren las empresas y los comercios con algunas limitaciones. Escuelas y museos siguen cerrados. El panorama también ha mejorado en el norte y el nordeste, las zonas donde el coronavirus ha causado proporcionalmente mayores estragos porque la red sanitaria es mucho más débil. En lugares como Manaos (Amazonia) colapsaron tanto los hospitales como la red funeraria.