“Durante mucho tiempo nuestras instituciones de enseñanza fueron tomadas por ideologías nocivas, por la inversión de los valores y por personas que odian nuestros colores [de la bandera] e himno”, escribió el ultraderechista Jair Bolsonaro días después de ser elegido presidente de Brasil, el pasado 28 de octubre. La declaración en Twitter vino acompañada de su apoyo explícito a que los alumnos filmen a sus profesores para denunciar el supuesto “adoctrinamiento izquierdista” y la “sexualización” precoz de los niños en las aulas que, según el presidente electo y sus seguidores, implementó el Partido de los Trabajadores durante sus Gobiernos (2003-2016). Todo está enmarcado en la defensa de lo que llama de Escuela sin partido, un proyecto que está en el Parlamento que propone vetar el uso en las aulas de la palabra “género” y de la expresión “orientación sexual”, entre otras cosas.
Escuela sin partido no es una iniciativa aislada ni tampoco inédita. En distintas partes del mundo la vigilancia en los colegios ha formado parte de campañas de movilización de fuerzas conservadoras y de extrema derecha. En Alemania, los ultras del partido AfD lanzaron a inicios de octubre una plataforma para denunciar de forma anónima a los profesores. En el sur de Brasil, la diputada electa por el Estado de Santa Catarina, Ana Caroline Campagnolo, del mismo partido que Bolsonaro (PSL), creó un día después de los comicios un canal para que los alumnos denuncien, también sin necesidad de dar su nombre, a los educadores que hagan “manifestaciones ideológicas” con críticas al mandatario electo. Se trata de señales inequívocas de que la educación será una trinchera estratégica del nuevo Gobierno, dentro de la ofensiva conservadora que ha impulsado su victoria en las urnas.
La fiscalía local ha prohibido la iniciativa de Campagnolo y los jueces de la Corte Suprema ya se han manifestado públicamente contra los principios de Escuela sin partido. Pero los frenos legales pueden no ser suficientes para contener los efectos de una batalla que aunque, se ha intensificado ahora, ya estaba instalada desde hace un par de años de mano de grupos conservadores, principalmente evangélicos.
En la ciudad de Fortaleza, en el noreste del país, el profesor de Historia Jam Silva Santos fue acusado hace dos semanas de “adoctrinamiento” después de exhibir ante estudiantes de secundaria en un colegio privado de clase media-alta la película Batismo de Sangue (Bautismo de Sangre), basada en un libro del religioso e intelectual izquierdista Frei Betto sobre la dictadura brasileña (1964-1985). Un alumno grabó una parte de la película y fue difundida en las redes sociales, donde el profesor fue duramente atacado por supuestamente hacer una crítica velada a Bolsonaro, defensor declarado de ese régimen militar. Días después, el profesor fue recibido en el colegio con aplausos de los estudiantes. Santos exhibe la película en sus aulas desde hace cinco años y nunca había tenido problemas.
Según el Sindicato de Profesores de Ceará, las denuncias por supuesto “adoctrinamiento ideológico” han aumentado en ese Estado en 2018. Desde enero, al menos seis profesores, incluido Jam Silva Santos, han sido blanco de denuncias en las redes sociales. En uno de estos casos, una discusión entre un alumno bolsonarista y Euclides de Agrela, profesor de Historia y Sociología de una escuela estatal de Fortaleza, fue filmada y replicada en páginas de apoyo a Bolsonaro, que vincularon la pelea a la afiliación del profesor al partido izquierdista PSOL.
“Tuve que irme de casa por algunos días. [Viví] un clima de terror”, contó Agrela, que ha recibido amenazas de muerte por el vídeo. El vicepresidente del sindicato de docentes, Francisco Reginaldo Pinheiro, afirma que la entidad ha creado un canal para prestar apoyo a educadores víctimas de intimidación en las escuelas. “Defendemos la libertad de enseñanza. Existen espacios adecuados para quejas de padres y alumnos. Exponer al profesor en las redes sociales es peligroso”, dice Pinheiro.
El plan educativo del Gobierno es considerado vago en distintos puntos, pero el equipo de Bolsonaro ha especificado bien sus prioridades en la materia. Señala que “uno de los mayores males actuales [de la educación] es el fuerte adoctrinamiento” y promete “expurgar la ideología de Paulo Freire”, en referencia a uno de los grandes referentes de la educación en el país, conocido por su teoría de la pedagogía del oprimido. Actualmente, ni los currículos de la enseñanza básica ni los de la media hacen referencia a los métodos de Freire. Tampoco contienen la palabra “género”, ya retirada de los planes educativos por presiones políticas.
“El rechazo a Paulo Freire es una estrategia porque simboliza el estímulo al sentido crítico”, afirma Daniel Cara, coordinador de la campaña nacional por el derecho a la educación y excandidato al Senado por el izquierdista PSOL. “Lo que Freire preconiza es aceptado en el mundo entero. Estuve en Singapur, país número uno en las [últimas] pruebas Pisa, y le citaban como una inspiración para buscar la educación que desean”, dijo a la revista Nueva Escuela Cláudia Costin, de la Fundación Getúlio Vargas (FGV) y exdirectora del Banco Mundial.
“Concepción autoritaria de la educación”
Otro deseo del futuro Gobierno es la vuelta al currículo escolar de la Educación moral y cívica, asignatura abolida tras el fin de la dictadura militar. Durante la campaña, el general Aléssio Ribeiro Souto, uno de los designados por Bolsonaro para elaborar el plan de educación, llegó a cuestionar la teoría de la evolución y a defender el creacionismo en la enseñanza de ciencias. “Si la persona cree en Dios y tiene su posicionamiento, no corresponde a la escuela querer alterar ese tipo de cosas”, afirmó Souto.
Souto también predica una revisión del periodo dictatorial en las clases de Historia y exige que se cuente “la verdad” sobre el régimen. “Es una concepción autoritaria de la educación”, critica Luiz Carlos de Freitas, investigador y profesor jubilado de la Universidad de Campinas. “Perciben cualquier pensamiento diferente del de ellos como un riesgo que debe ser combatido con disciplina y represión. Y, al combatir una posible ideología con la imposición de sus creencias, acaban cayendo en la contradicción de promover adoctrinamiento al revés. Es un retroceso”, agrega. Al contrario del material didáctico que usan los colegios militares en Brasil, que se refieren al golpe como “revolución de 1964”, los libros del Ministerio de Educación definen el régimen como una dictadura.
Previsiblemente, cuando intente implementar su plan educativo, Bolsonaro chocará el próximo año con el Consejo Nacional de Educación, un órgano independiente que acompaña las decisiones del ministerio. Como los mandatos de los consejeros fueron renovados por el actual presidente, Michel Temer, Bolsonaro tendría que esperar al menos dos años para cambiar parte del órgano directivo. Si quisiera imponer las ideas de sus correligionarios desde el inicio de su Gobierno, en enero, la nueva Administración necesitaría transferir al Congreso la facultad de determinar los currículos.