El jarabe para la tos. El paracetamol para la gripe. Y las pastillas de yodo para el accidente nuclear. El botiquín de los belgas tiene desde este martes un nuevo componente. El plan de seguridad nuclear puesto en marcha por el Gobierno incluye desde hoy la disponibilidad gratuita en farmacias de pastillas de yodo en un radio de 100 kilómetros en torno a cada central nuclear, lo que en el quinto estado más pequeño de la UE significa que en la práctica, todas las farmacias del país regalan las píldoras al que las solicite.
Según las autoridades médicas, las pastillas previenen el cáncer de tiroides en caso de fuga radiactiva, y son especialmente necesarias para menores y mujeres embarazadas. Pueden seguir siendo efectivas durante una década, y deben tomarse en las 12 horas posteriores a un escape. Con el estreno en la distribución de yodo, las farmacias belgas han amanecido equipadas de millones de tabletas en todo el país para cubrir la demanda, aunque disponen del stock desde mediados de mes. Para recibirlas, cada solicitante debe entregar su documento de identidad, que será anotado para evitar que se haga un acopio excesivo e innecesario de las pastillas.
La decisión ha devuelto a la actualidad el debate sobre la seguridad de las centrales. Bélgica cuenta con una infraestructura nuclear envejecida que se ha visto sometida a continuos parones de seguridad. En sus instalaciones se han reparado numerosas fisuras que aunque no han provocado ningún incidente de gravedad, han despertado inquietud en la Agencia Federal de Control Nuclear. El país contempla el cierre en 2025 de sus dos grandes centrales, Doel en Flandes y Tihange en Valonia, que juntas representan el 30% de la capacidad de producción eléctrica y llevan funcionando desde 1975, pero entretanto, los vecinos presionan para acelerar los plazos.
La cercanía de los reactores a Holanda, Alemania y Luxemburgo ha generado un importante movimiento de protesta en las ciudades fronterizas con Bélgica. La localidad germana de Aquisgrán es el epicentro de una insistente corriente que lleva años pidiendo su desmantelamiento, cuyo acto principal tuvo lugar en junio con una cadena humana de más 50.000 personas que se extendió a lo largo de 80 kilómetros, la distancia que separa la central belga de Tihange de la ciudad. Como ahora hace Bélgica, toda una cadena de territorios cercanos a las instalaciones ha tomado medidas de protección sanitaria. Aquisgrán inició en septiembre el reparto gratuito de yodo ante el temor a un desastre nuclear. Luxemburgo, también vecino de las obsoletas centrales belgas, anunció el pasado año que 182.000 personas habían retirado sus comprimidos desde 2014. Y Holanda llenó sus estanterías en 2016 con un pedido de 15 millones de píldoras.
Las autoridades de los países fronterizos han transmitido al Gobierno belga esa incertidumbre ciudadana. Alemania y Luxemburgo han llegado a plantear el cierre de las plantas, y Holanda y Francia han manifestado su preocupación por la falta de garantías de seguridad. Pero la actividad de las nucleares no solo preocupa entre sus vecinos. Hace poco más de una semana el Ayuntamiento de Lieja aprobó una moción para pedir el cierre inmediato de Tihange 2, el reactor más cercano a la ciudad y uno de los más antiguos.
La tragedia de Fukushima de hace justo cinco años reabrió el debate sobre la energía nuclear también en la Unión Europea, cuyos miembros no mantienen una posición única sobre el futuro de esta tecnología. Alemania, la mayor economía de la UE, se ha comprometido a suprimirlas en 2022. Francia, la gran potencia atómica europea, planea cerrar 17 de sus 58 centrales antes de 2025. El horizonte belga de apagón nuclear se sitúa ese mismo año, aunque algunos partidos y organismos ponen en duda que la fecha sea realmente viable. Mientras llega el momento de echar el candado, el Gobierno belga extrema la prevención. Si en un principio estableció limitar la distribución gratuita a un radio de 20 kilómetros de cada central nuclear, desde este martes ha universalizado el acceso al medicamento antinuclear.