Para muchos belgas es un auténtico misterio: ¿Cómo es posible que los españoles llegaran aquí hace cinco siglos y decidieran quedarse, si están continuamente echando de menos el sol y quejándose del mal tiempo?
Los españoles se fueron, les echaron. Pero han vuelto y junto con miles de europeos del sur instalados hoy en el país y en especial en Bruselas, al calor de las instituciones europeas, maldicen la suerte meteorológica que les ha tocado y que sobrellevan como pueden, a base de complementos vitamínicos, astucias tecnológicas y escapadas a destinos más soleados. La situación, sin embargo, ha alcanzado tal gravedad en los dos últimos meses que incluso los belgas empiezan a preocuparse por los efectos que la falta de luz solar tiene para su salud física y mental.
En total, el sol solamente ha lucido 30 horas y 26 minutos en los dos últimos meses. La media de los últimos 30 años era de 103 horas en el mismo periodo. Lo peor se vivió en diciembre, cuando el Observatorio Meteorológico nacional, situado en el barrio de Uccle (Bruselas) registró apenas 10 horas y 29 minutos de sol, frente a una media histórica de 45 horas. No se veía algo así desde 1934 y habría sido un récord histórico absoluto de oscuridad de no haber sido porque a punto de terminar el mes y el año, cuando a fecha de 27 de diciembre sólo se habían contabilizado cinco horas de sol, se colaron algunos rayos más y salvaron la estadística, que no el ánimo de los belgas que no habían tenido la fortuna de irse del país por vacaciones.
“No se inquieten si se sienten fatigados, deprimidos, más sensibles a las infecciones o todo tipo de enfermedades. La luz solar es, en efecto, indispensable para nuestro buen humor y para nuestra salud mediante la estimulación luminosa del ojo y la producción de vitamina D en la piel”, explicaba ayer la televisión pública francófona RTBF después de conocerse las estadísticas actualizadas de los últimos dos meses. Los rayos del sol estimulan los receptores de la retina, que envía señales luminosas al cerebro y se controla así el equilibrio entre la serotonina, la llamada hormona de la felicidad, y la melanina, que regula el sueño.
Estudios médicos recientes han detectado niveles de vitamina D demasiados bajos en los niños belgas
“Cuando vivía en Bélgica de vez en cuando tenía que venirme a España a hacer la fotosíntesis. A mis amigos les daba mucha risa hasta que entendieron lo grave que era”, recuerda la madrileña Elena Aljarilla, que vivió durante once años en el país. Lo peor, sin embargo, llegó a la vuelta a España. El sol la deslumbraba, sus ojos lloraban continuamente al recibir la luz directa. Diagnóstico médico: fotofobia. “Tarde tres o cuatro años en recuperarme”, explica Aljarilla, que tuvo que acostumbrarse a llevar gafas de sol también en invierno.
En Bélgica no han hecho ninguna falta desde hace meses, aunque Eva Moeraert se ha hecho este año con un par muy especial. “Todos los otoños me siento muy cansada, con poca energía. Me ocurre desde hace años, es lo que llaman una depresión invernal”, cuenta. Reacia a la medicación, este otoño su psicóloga le recomendó que probara algo nuevo: unas gafas lumínicas. Son una nueva forma de terapia solar, más práctica que estar delante de una pantalla de infrarrojos, que se supone que ayuda a tener más energía y dormir mejor y que también pueden usarse para combatir los efectos del jet-lag.
“Me las pongo 30 minutos cada día durante el desayuno. Los niños se morían de risa al principio pero se han acostumbrado a verme, desde que las uso me siento mejor”, asegura. Las gafas llevan unas pequeñas bombillas LED por dentro, se colocan por encima de las cejas y unos espejos interiores proyectan una luz multicolor por encima de los ojos. El cerebro ‘piensa’ que es luz solar. Las probó por 40 euros durante un mes y decidió pagar 200 euros más para quedárselas. “Con lo que me voy a ahorrar en medicación y psicólogos seguro que me compensa”, bromea Moeraert, que acaba de volver de pasar casi un mes en Argentina. “La psicóloga me ha dicho que es la mejor decisión que he tomado”, cuenta. No se llevó las gafas de vacaciones pero nada más volver se las puso para desayunar. Algunas de sus amigas están pensando en hacer algo parecido el próximo invierno.
Estudios recientes han determinado que los niños belgas tienen niveles más bajos de lo recomendado de vitamina D, recuerda la pediatra Barbara De Wilde. “Desde hace dos años está recomendado dársela a los niños de hasta seis años de edad no sólo en invierno, como se hacía hasta entonces, sino durante todo el año”, explica. La vitamina D ayuda a absorber el calcio y reforzar los huesos lo que, a la larga, ayuda a evitar roturas de cadera o de muñeca. “Es una inversión en la salud futura”, resume. Diciembre y enero son los peores meses del año en su consulta y no está segura de haber notado un aumento de infecciones relacionado con la falta de luz pero sí constata los efectos psicológicos en el humor, la pequeña alegría con que la gente entraba anteayer a su consulta sólo porque había salido el sol.
“Mis hijos ya tomaban vitamina D pero este año he empezado a tomarla yo también”, explica Estefanía Narrillos, funcionaria europea y madre de dos niños pequeños. El padre, danés, se niega a tomarla pero hay otros nórdicos residentes en Bélgica que sí se la dan a sus hijos. Incluso para ellos la situación ha llegado a un punto preocupante, explica Charlotte Hjorth, sueca, madre de dos niñas mayores de la edad recomendada que sí toman vitamina D. Hjorth, que alguna vez se ha planteado ir al ‘bar de siestas’ del barrio europeo para probar la luminoterapia, está investigando el último grito tecnológico para combatir la falta de sol, un ‘cargador humano’ que funciona a través del oido. “Este año ha sido muy duro”, recalca Narrillos. “Todo el mundo recuerda qué hizo el 14 de enero”. Ese día salió el sol. Ni más, ni menos.