Hay muchas formas de definir a Leopoldo II, primo de la reina Victoria de Reino Unido, y rey de los belgas desde 1865 y hasta su muerte, en 1909. Pero la mejor definición es la del premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, que lo sitúa junto a Hitler y Stalin en el podio “de los criminales políticos más sanguinarios del siglo XX”.
El monarca fue el dueño del Estado Independiente del Congo entre 1885 y 1906, cuando su población se redujo a la mitad: de 20 a 10 millones de personas. El caso de este genocida, tan cruel como hipócrita, es especialmente sangrante porque Bélgica aún lo honra en plazas y parques con monumentos y esculturas, como la impresionante estatua ecuestre que mantiene en Bruselas.