Este artículo forma parte de Times Insider, una serie que retrata la vida de la redacción y la intimidad del trabajo periodístico detrás de los artículos, reportajes y columnas de opinión en The New York Times.

Si estás al tanto de la crisis que se vive en Venezuela, es muy probable que hayas visto el trabajo de Meridith Kohut, una fotorreportera independiente que reside en Caracas.

Meridith, quien colabora frecuentemente con The New York Times, ha tomado algunas de las fotografías más escalofriantes del país a medida que su economía se dirige al abismo y el caos.

Las imágenes que ha captado incluyen a un bebé que falleció a consecuencia de una falla cardiaca provocada por la malnutrición y a su padre mientras llora sobre el ataúd; a pacientes esqueléticos encerrados en celdas de aislamiento en un pabellón psiquiátrico con poco financiamiento; los manifestantes callejeros con máscaras antigás que lanzan bombas molotov a los cuerpos de seguridad. Las fotografías de Meredith, que son perturbadoras y reveladoras a la vez, muestran los estragos cotidianos de la crisis económica y política en los venezolanos.

Meridith, de 35 años, fue una de cuatro periodistas de todo el mundo que recibieron este noviembre la distinción del premio al valorotorgado por la International Women’s Media Foundation (una asociación internacional de mujeres en medios de comunicación). En una entrevista reciente, habló acerca de los retos de reportear en Venezuela, la relevancia que ha tenido su trabajo a nivel mundial y lo que desearía que sus lectores supieran.

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Kenyerber Aquino Merchán, de 17 meses, murió de hambre. Como es tradición con los niños fallecidos, sus padres pusieron alas de cartón en el ataúd para que su alma llegue al cielo. CreditMeridith Kohut para The New York Times

¿Qué te atrajo del fotoperiodismo?

Desde muy joven me fascinaron la fotografía y la justicia social. Casi siempre era la única niña que cuestionaba a la autoridad y desafiaba las normas. En el bachillerato comencé a tomar fotografías para el periódico local y luego estudié fotoperiodismo en la universidad.

¿Cómo fue que te interesaste por Latinoamérica?

Provengo de Texas y ahí la cultura latinoamericana es parte de la vida cotidiana; tuve varios amigos inmigrantes. También estudié español en el bachillerato y en la universidad.

Cuando era una estudiante universitaria, prácticamente sin dinero, comencé a viajar por autobús a México y Centroamérica y armé mi portafolio con reportajes acerca de Latinoamérica.

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Manifestantes en contra del gobierno celebran después de lograr temporalmente el control de una autopista en Caracas, en mayo de 2017. CreditMeridith Kohut para The New York Times

¿Por qué fuiste a Venezuela?

Me mudé a Venezuela unos meses después de graduarme de la universidad. Hugo Chávez me llamaba mucho la atención y fui a cubrir la revolución socialista. Mi plan era quedarme unos meses. Luego un año se convirtió en varios y ahora no puedo creer que siga aquí.

¿Hay alguna fotografía que hayas tomado que destaque entre tus recuerdos?

El reportaje acerca de la malnutrición en Venezuela que hice el año pasado fue el más relevante y el más difícil que haya hecho jamás.

He estado en Venezuela por diez años, así que he presenciado el surgimiento y el desplome de la revolución. He visto cómo se desarrolló toda la crisis. Durante años la cobertura de muchos se enfocó en las largas filas para recibir asistencia pública y las manifestaciones, pero nadie había reportado que la gente moría en consecuencia.

David Furst, el editor internacional para fotografía del Times, me dijo que dedicara un año a viajar por todo el país y buscar historias no contadas acerca de la forma en que la crisis estaba afectando a los venezolanos. Me puse en marcha con Nick Casey, quien ahora dirige el buró de corresponsales del Times en Los Andes, e hicimos una serie de artículos que cubren desde la gente que iba a minas ilegales en busca de oro porque la moneda estaba sumamente devaluada hasta gente que le rogaba a narcotraficantes para que los subieran a embarcaciones con cocaína con el fin de escapar del país.

En octubre de 2016, le negaron la visa a Nick, así que no pudo regresar a Venezuela. David dijo que eso significaba que yo tendría que ayudar a reportear y escribir el reportaje, además de tomar las fotografías. Ahí me llegaron rumores por parte de trabajadores de organizaciones no gubernamentales y de gente en las calles sobre bebés muriendo de hambre.

Venezuela es uno de los países más ricos del mundo: tiene las reservas de petróleo comprobadas más grandes. Aunque había una crisis, seguía siendo impactante escuchar que la gente se moría de hambre.

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La procesión funeraria para Kleiver Enrique Hernández, quien tenía tres meses de edad cuando murió malnutridoCreditMeridith Kohut para The New York Times

Pasé cinco meses viajando por el país para hacer el reportaje junto con Isayen Herrera, una periodista venezolana. Fue increíblemente difícil. Tuvimos que lograr que los médicos nos proporcionaran información y nos pusieran en contacto con las familias de los bebés que estaban muriendo. Asistimos a funerales de bebés. Fotografiamos a niños pequeños que habían abandonado su hogar y se habían unido a pandillas callejeras porque no tenían qué comer.

Nuestro reportaje documentó exhaustivamente la malnutrición y la dificultad que enfrentan los venezolanos para tener acceso a la comida. Apareció en portada y se volvió viral, y ayudó a cambiar la percepción de qué tan grave es la crisis en el mundo.

¿Te has enfrentado a repercusiones en Venezuela a causa de tu trabajo?

Me han detenido más veces de las que puedo contar. He recibido amenazas de muerte. Me han golpeado los soldados, he sido golpeada en la cara y me han disparado balas de goma. Cuando cubrí las manifestaciones masivas en las calles, los soldados me dispararon al casco a prueba de balas a corta distancia y me provocaron un traumatismo.

La televisión estatal ha dicho que soy una agente de la CIA que trata de desestabilizar la revolución. Los servicios de inteligencia me han acusado falsamente de robar bebés y traficar con sus órganos en el mercado negro; me han amenazado con mandarme a la cárcel de por vida por ello.

¿Qué te lleva a quedarte en el país después de todo lo que has vivido?

Lo bueno de haber estado en Venezuela durante tanto tiempo es que tengo la residencia. El gobierno se ha puesto mucho más estricto con la prensa desde que comenzó la crisis, así que soy una de las pocas periodistas extranjeras que aún quedan en el país.

Siento que tengo la obligación moral de quedarme porque tengo la combinación perfecta: la capacidad legal de trabajar aquí, los recursos del Times para hacer reportajes en profundidad y una gran plataforma para que la gente vea ese trabajo.

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En su cobertura sobre la escasez en hospitales y sanatorios, Kohut retrató a Oscar Mendoza quien recibía tratamiento en 2016 en el Hospital Psiquátrico El Pampero. CreditMeridith Kohut para The New York Times

¿Cómo mantienes una distancia emocional para poder hacer tu trabajo de la manera más eficiente?

Muchos periodistas hablan de la necesidad de separarse emocionalmente para realizar el trabajo, pero yo creo lo contrario. No busco limitar mis emociones cuando estoy en el campo. Hago lo opuesto y trato de ponerme en los zapatos de las personas y sentir lo que sienten ellas.

¿Alguna vez has quedado insensible ante los horrores que presencias?

Si eres capaz de presenciar lo que yo he visto en Venezuela sin que te afecte, creo que te equivocaste de profesión. Tienes que poder ser empático con las personas que documentas. Tienes que ser sensible ante sus sentimientos y las circunstancias extraordinarias en las que viven.

En ciertos casos, en especial cuando veo bebés morir y me doy cuenta de cómo batallaron sus padres, es abrumador. En ocasiones mi rostro está empapado porque he llorado mucho. Pero aun así puedo tomar fotografías; sigo teniendo la capacidad de hacer mi trabajo. Si acaso, cuando las familias vieron que me preocupaba por ellas tanto como para entristecerme por su hijo, nos volvimos más cercanos. Creo que si fuera una testigo anestesiada y fría habría sido menos natural.

No padezco estrés postraumático ni batallo con el peso emocional. Creo que una razón por la que puedo manejar todo es porque lo proceso en el momento. Canalizo las emociones hacia mi trabajo.

¿Cómo sopesas el peligro de tu oficio?

Estamos en riesgo constante, pero es un riesgo calculado. Pasamos mucho tiempo con el equipo de seguridad del Times y con los editores planeando la logística hasta el más mínimo detalle, de forma que nos expongamos a los riesgos lo menos posible.

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Las familias escarban la basura en busca de alimentos, algo que raramente sucedía antes de la crisis.CreditMeridith Kohut para The New York Times

¿Qué te gustaría que los lectores supieran acerca de tu trabajo?

Lo mucho que la gente sobre la que tratan nuestros artículos se sacrifica al poner en riesgo su seguridad, sus trabajos y a sus familias. Sí, se requiere de valor para hacer un reportaje respecto a lo que el gobierno quiere ocultar, pero se requiere de mucho más valor para ser la persona aludida en el artículo o la persona que te permite documentar sus momentos íntimos y dolorosos de sufrimiento. Es increíblemente desinteresado y valiente decir: “Sí, seré el rostro, la familia que representa la lucha de tantos otros venezolanos”.

¿Alguna vez te has sentido en desventaja por ser una mujer dentro de tu profesión?

Por supuesto. Constantemente me subestiman en el campo. Antes me frustraba, pero ahora le saco aprovecho. Los soldados no me ven como una amenaza porque soy mujer, así que puedo escabullirme entre ellos con más facilidad que mis colegas hombres.

Pero soy un caso aparte, porque soy una de las pocas fotoperiodistas que reciben encargos regularmente para cubrir reportajes en lugares complicados con gente peligrosa. Aunque mis editores no necesariamente se enfocan en mi género, porque me envían a hacer reportajes que otros editores pocas veces le asignarían a una mujer.

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Migrantes venezolanos buscan subirse a una barca de contrabando para llegar a la isla de Curaçao.CreditMeridith Kohut para The New York Times

¿Cómo está modificando el movimiento #MeToo al fotoperiodismo?

Durante toda mi carrera he sido discriminada por ser mujer. Todas mis amigas fotoperiodistas han sido discriminadas y hemos tenido estas conversaciones desde hace mucho tiempo. Aún hay mucho trabajo por hacer, pues la cantidad de mujeres en el fotoperiodismo es deplorable: el techo de cristal todavía sigue intacto.

¿Qué temas quieres abordar ahora?

Las cosas están empeorando en Venezuela y la gente ha perdido la esperanza. Miles escapan a los países vecinos a diario, así que me concentro en documentar la crisis migratoria, que es cada vez mayor.

¿Cuál ha sido hasta ahora tu mayor aprendizaje en cuanto a tu trabajo?

Documentar la crisis ha renovado mi fe en el poder del periodismo, en especial ahora que los periodistas están siendo atacados, que se les pone en duda y se cuestiona su papel en la sociedad.

Nosotros revelamos las verdades que el gobierno venezolano quería mantener ocultas y se las comunicamos al mundo. Algunos diplomáticos y organizaciones internacionales se involucraron con Venezuela, y las donaciones que se enviaron para ayudar a la población fueron avasalladoras. La gente sabe lo que sucede con la crisis gracias a los periodistas.