Durante casi dos décadas, Cuba tuvo una reina aunque la isla no tiene monarquía ni promueve los concursos de belleza.
Ana Belén Montes se ganó el apodo de “La Reina de Cuba” por ser la analista de la Agencia de Inteligencia de Defensa del Pentágono que más sabía sobre el gobierno de La Habana.
Lo que nadie imaginó durante 17 años es que se trataba de una doble agente que desde 1984 hasta 2001 memorizaba los documentos clasificados a los que tenía acceso en el Ministerio de la Defensa, los transcribía al llegar a casa y los enviaba al círculo cercano de Fidel Castro.
Los expertos aún no han determinado el alcance del daño de Montes a la seguridad nacional de Estados Unidos
La herida del maltrato
La prensa le ha descrito como la Agente 007 y la Matahari cubana. Pero la vida de Montes no se parece en nada a la del mítico personaje de ficción de Ian Fleming ni a las apasionadas andanzas de la bailarina holandesa ejecutada por revelar secretos militares en 1917.
Ana Belén tenía el perfil de la analista ideal: era inteligente, callada y discreta. Nació en una base militar de Estados Unidos en Nüremberg, Alemania, en 1957, en el seno de una familia puertorriqueña, en el apogeo de la Guerra Fría.
Su padre, Alberto Montes, se retiró del ejército para dedicarse de lleno a la práctica privada de la psiquiatría y trasladó a su familia al estado de Maryland, en el noreste de Estados Unidos, después de vivir en otras bases militares en Kansas y Iowa.
Ante la mirada de los conocidos, Ana Belén, y sus hermanos Alberto (Tito), Juan Carlos y Lucy tuvieron una adolescencia aparentemente normal, con las actividades y sueño de cualquier otro muchacho de la clase acomodada americana. Pero puertas adentro sufrieron los abusos de un padre maltratador que los castigaba físicamente ante la menor equivocación.
Las agresiones comenzaron a los 5 años y se prolongaron hasta que Ana Belén cumplió 15, cuando su madre, Emilia Montes, decidió divorciarse y se quedó con la custodia de los cuatro hijos. Se cree que esas traumáticas experiencias generaron un intenso rechazo por el autoritarismo y la inclinación a luchar por los más débiles.
Años más tarde, en su proceso de adoctrinamiento ideológico, Ana Belén identificaría la posición del gobierno estadounidense hacia Cuba con el autoritarismo violento de su padre, mientras que proyectaba su indefensión infantil con lo que percibía como el desamparo del pueblo cubano.
El activismo de su madre Emilia en defensa de la comunidad puertorriqueña también habría contribuido al interés de Ana Belén por perfeccionar el español y estudiar estudios internacionales en la Universidad de Virginia.
El fanatismo ideológico
Su primer encuentro con defensores acérrimos del comunismo cubano lo tuvo en España, donde viajó como parte de un intercambio estudiantil poco antes de terminar su pregrado. Allí conoció a un guapo estudiante argentino que la convenció de las atrocidades de la política exterior estadounidense.
Ana Colón, una amiga española que conoció en ese mismo viaje en 1977, recuerda las conversaciones con Ana Belén sobre el apoyo de Washington a las dictaduras de derecha en América Latina y su oposición diametral ante los regímenes comunistas.
“Ya estaba completamente desgarrada. No quería ser estadounidense, pero lo era”, declaró Colón al diario The Washington Post.
La semilla comunista, plantada en el fragor estudiantil de una España que recién salía de una larga dictadura militar tras la muerte de Francisco Franco, consiguió terreno fértil en las conversaciones políticas con profesores y estudiantes cuando cursó una maestría en Asuntos Internacionales Avanzados en la Universidad John Hopkins.
Su abierto rechazo por la política exterior del presidente Ronald Reagan llamó la atención de Marta Rita Velásquez, una compañera de curso que trabajaba en la captación de espías para el gobierno cubano.
Ana Belén y Marta Rita tenían mucho en común. Tenían la misma edad, provenían de exitosas familias puertoriqueñas, tuvieron acceso a una educación privilegiada y sentían el mismo odio por el sistema político de Estados Unidos.
El Departamento de Estado reveló que Marta Rita reclutó a Montes en 1984 para colaborar con el Servicio de Inteligencia Cubano y luego la ayudó a conseguir trabajo en la Agencia de Inteligencia de Defensa, (DIA, por sus siglas en inglés)
Ana Belén destacó como una analista excepcional. Recibía las mejores calificaciones de sus supervisores y hasta logró participar en un entrenamiento especial para agentes destacados de la Oficina Central de Inteligencia (CIA) en el que el gobierno estadounidense financió sus viajes a La Habana.
Su labor de inteligencia llegó a ser reconocida por el director de la CIA, George Tenet, quien le entregó una medalla con la inscripción de su apodo “La reina de Cuba”. Su trabajo era impecable, pasaba todas las pruebas poligráficas, no tenía problemas de alcohol, tenía un estilo de vida acorde con sus ingresos. Ana Belén no levantaba sospechas.
La primera persona en tener una corazonada sobre el comportamiento de Ana Belén fue Reg Brown, agente especializado en Cuba que detectó algunos detalles inquietantes luego de que Cuba derribada dos avionetas de Hermanos al Rescate en 1996.
Ana Belén salió airosa en las investigaciones iniciales y continúo espiando a diario para el gobierno cubano durante otros cinco años. Hasta que Scott Carmichael, un cazador de topos (como se les denomina a los contraespías), reinició las pesquisas. Varios desertores de La Habana aseguraban que el Pentágono estaba penetrado por Castro, afirmación que tenía sentido porque Cuba siempre parecía estar adelantado en juego diplomático con Estados Unidos.
Carmichael le siguió la pista durante años y cuando estuvo seguro de que era una espía activa pidió a la FBI a encontrar evidencias para enjuiciarla. A los agentes del FBI les bastó con revisar su cartera para encontrar una ficha con los códigos que usaba para descifrar los mensajes encriptados, grabar las conversaciones en clave que hacía desde el teléfono público de una farmacia, e incautar el radio de onda corta que guardaba en una caja de zapatos en el closet de su casa.
Una verdadera creyente
“La labor más eficaz, dañina y de más largo impacto del trabajo de la destacada espía Ana Belén Montes no fue sustraer información clasificada del Pentágono. Desde su posición como analista de inteligencia, su mayor éxito fue sembrar en esa institución y en círculos intelectuales y de inteligencia donde se movía, una percepción benigna sobre el régimen cubano“, dijo la publicación El Diario de Cuba.
Otros análisis señalan que Ana Belén representa “una nueva era de traición”. Su singularidad, sus motivos y su diligencia personifican un nuevo modelo de fanatismo que comprometerá la seguridad nacional estadounidenses en las próximas décadas. Ana Belén no traicionó a sus hermanos, que también eran agentes del FBI, ni a su país por dinero o poder. Lo hizo exclusivamente por razones ideológicas.
Se percibía como una campeona que intentaba equilibrar las injusticias del gobierno de Reagan hacia América Latina. Era la heroína de los que no podían defenderse por ellos mismos.
Al ser enjuiciada por espionaje, Ana Belén se declaró culpable y llegó a un acuerdo de reducción de pena con la fiscalía para evitar la cadena perpetua. Fue condenada a 25 años de cárcel sin derecho a libertad condicional en una penitenciaría de máxima seguridad del estado de Texas.
En una carta leída ante el juez, Montes dijo: “Honorable, yo me involucré en la actividad que me ha traído ante usted porque obedecí mi conciencia más que obedecer la ley. Yo considero que la política de nuestro gobierno hacia Cuba es cruel e injusta, profundamente inamistosa, me consideré moralmente obligada de ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos de imponer en ella nuestros valores y nuestro sistema político”.
Se trata de una de las espías más notables que ha tenido Cuba y también una de las más olvidadas. Ni el cáncer de mama que la aqueja le ha servido para servir clemencia o para ser beneficiaria de un canje de prisioneros entre Washington y La Habana. Consciente del endurecimiento de las relaciones con la isla bajo el gobierno del presidente Donald Trump, decidió no asistir a la sala de apelaciones para pedir clemencia. Su liberación está prevista para el 2023.
Ana Belén le ha confesado a su prima Miriam Montes Mock que al salir le gustaría vivir en Puerto Rico y que no se arrepiente de nada.