En 1543, un anciano yacía moribundo en una casa en una colina, mirando hacia el desolado mar Báltico. Tenía en sus manos un libro que él mismo había escrito. Recién salido de la imprenta, lo acababa de recibir. Pero había sufrido un derrame cerebral y probablemente ya no podía leerlo.
Sus palabras hablaban de revoluciones y una Revolución era lo que iban a desatar.
El título original del libro había sido simplemente “De revolutionibus” (“Las revoluciones”). Pero el impresor alemán le había agregado dos palabras más de aclaración: “orbium coelestium” y así quedó “Las revoluciones de las esferas celestes”.
El anciano tenía apenas 70 años, pero para los estándares del siglo XVI era bastante venerable. Era Nicolás Copérnico, un canónigo de la catedral de Frombork, que era -según sus propias palabras- “el rincón más remoto de la Tierra”, ubicado en lo que hoy es la costa polaca.
Su interés de toda la vida había sido deducir cómo estaban dispuestos los cielos, el Sol, los planetas y las estrellas.
Para ser honestos, no estamos seguros de que a Copérnico haya alcanzado a ver una copia de su libro antes de morir, aunque la leyenda cuenta que le llegó el mismo día de su muerte.
Lo que sí sabemos es que su pasión era la astronomía y a eso se había dedicado en Frombork gracias a la seguridad financiera que le daba su trabajo: administrar las propiedades de la catedral.
Leyó las obras estándar, especialmente las del antiguo erudito griego Claudio Ptolomeo, que decían que la Tierra estaba estática en el centro del Universo, mientras que el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas giraban a su alrededor en varias órbitas complejas, algunos incluso desplazándose hacia adelante y hacia atrás.
Eso era, por supuesto, justo lo que la experiencia mostraba: todos los días el Sol se levantaba en el este y viajaba hacia el oeste cruzando el cielo en su órbita celestial.
Copérnico sintió que había algo insatisfactorio.
“Empecé a molestarme porque los filósofos no habían descubierto ningún esquema seguro para los movimientos de la maquinaria del mundo, creada para nuestro bien por el mejor y más sistemático Artista de todos”, escribió.
Alrededor de 1514, esbozó una disposición diferente de los cielos en un folleto llamado “Commentariolus” o “Pequeño comentario”. Lo publicó de forma anónima y circuló sólo entre un pequeño círculo de amigos.
Propuso que, en lugar de que la Tierra permanecía quieta mientras las esferas celestes giraban alrededor de ella: “Giramos alrededor del Sol, como cualquier otro planeta”.
Esa no era una idea completamente nueva: en el siglo III a.C., el antiguo matemático griego Aristarco había coqueteado con ella. Pero Copérnico podía respaldarla con cálculos geométricos y tablas de observaciones astronómicas detalladas.
Así se habría quedado su hipótesis de no ser por un joven austriaco llamado Georg Joachim Rheticus, profesor de astronomía en la universidad de Wittenberg, quien se enteró de la hipótesis de Copérnico y viajó a Frombork en 1539.
El propósito del viaje de Rheticus era convencerlo de que publicara el gran trabajo que había estado escribiendo sobre un Universo centrado en el Sol o “heliocéntrico”.
El libro hizo historia, fue un gran avance y transformó nuestro sentido de lugar en el cosmos.
Sin embargo, la revolución que desató, que condujo a la era de la Razón, no fue exactamente ni esa, ni otras que aparentan serlo a primera vista.
Más que la ciencia contra la religión
La lucha entre el universo copernicano y el antiguo Universo ptolemaico no fue una simple cuestión de ciencia contra religión.
Al principio ni siquiera fue realmente una pelea en absoluto.
Su teoría no atrajo mucha condena religiosa en ese momento.
Según todos los informes, “De revolutionibus“ no le preocupaba demasiado a los teólogos ni a los clérigos.
No fue puesto en el índice de libros prohibidos de la Inquisición hasta 1616,cuando el apoyo de Galileo Galilei a la teoría heliocéntrica lo hizo polémico.
“La hipótesis heliocéntrica no fue rechazada. En las décadas después de que fue publicada, la enseñaban en algunas universidades aunque no como la verdad sobre cómo son los cielos. Los profesores podían escoger entre ésta y la geocéntrica, pues ninguna podía ser probada absolutamente”, señala Rob Iliffe, profesor de historia de la ciencia en Oxford.
“La acumulación de mejores observaciones, argumentos más plausibles, vacíos encontrados en el cosmos geocéntrico, demostraciones de que el universo heliocéntrico no iba en contra de la Biblia terminó probando abrumadoramente la hipótesis heliocéntrica”.
Entonces, ¿en qué consistió la Revolución Copernicana?
“Lo que la Revolución Copernicana hizo fue cuestionar nuestra dependencia en nuestros sentidos: no es suficiente ver que el Sol sale por la mañana y se oculta al atardecer para inferir que la Tierra está inmóvil, por ejemplo”, aclara Iliffe.
“Para astrónomos como Copérnico, Keppler e Isaac Newton, eso demostraba que había una necesidad de una élite de intérpretes racionales que le revelaran a la gente lo que sus sentidos no podían”.
La verdadera revolución fue aceptar el rol de especialistas. Pero, ¿cuáles?
¿Quién tiene el derecho de pronunciarse sobre el Universo… la Iglesia, los filósofos, los científicos?
En el siglo XVI, la astronomía era el arte de predecir dónde aparecerían los pequeños puntos de luz en el cielo nocturno valiéndose de las matemáticas, pero los astrónomos no tenían derecho de decirles a los filósofos y teólogos cómo se construyó realmente el Universo o cuáles fueron sus mecanismos.
“Había tres disciplinas en el corazón de la revolución, y todo el mundo era muy consciente de ello: matemáticas, filosofía natural y teología. La teología era de lejos la más importante y la más noble y las matemáticas, la menos importante”, señala Illife.
Y agrega: “Copérnico, Kepler, Galileo y Newton -los héroes en esa la revolución- estaban diciendo que…
- las matemáticas debían ser parte de la filosofía natural: toda la física debía volverse matemática;
- había llegado una nueva guardia: ellos;
- y, si el mundo era copernicano, habría que reinterpretar pasajes de las Sagradas Escrituras; pero aunque eso era dominio de lo divino, serían eran ellos los que les iban a decir a los clérigos cómo interpretarlos.
La jerarquía se pondría de cabeza: las matemáticas serían más importantes que la filosofía natural y, a su vez, la filosofía natural lo sería más de lo que era, pues podría decirle a los encargados de lo divino que había partes de la Biblia que sólo los filósofos naturales podían interpretar.
“Esa fue una transformación fundamental y fenomenal en la jerarquía de las disciplinas”.
Un universo que efectivamente cambió
Esa transformación de las jerarquías es evidente en nuestros días.
¿Quién tiene el derecho a decir cómo es el cosmos? Después de la Revolución Copernicana, los astrónomos.
A ellos les debemos agradecer el saber que el Sol y los planetas son sólo un sistema estelar entre muchos, en una galaxia entre muchas, en un Universo que incluso podría ser uno entre muchos, expandiéndose a un ritmo cada vez mayor.
Si queremos saber sobre la realidad física, sobre las estrellas y los átomos, ahora recurrimos a los científicos, especialmente a los físicos.
¿Filosofía? ¿Para qué? Hoy en día, muchos científicos están de acuerdo con Stephen Hawking quien declaró: “La filosofía está muerta“.
Y sin embargo…
Así como Copérnico exploró cuestiones que estaban en el límite de lo que cualquiera podía observar y probar confiablemente en el siglo XVI, hoy en día existen fronteras de la física y la cosmología donde la capacidad de poner las teorías a prueba experimental es limitada, o incluso inexistente.
Y hay filósofos que argumentan que en esas fronteras,la filosofía todavía puede ayudarnos a descubrir qué ideas tomar en serio.
¿Por qué las leyes y las constantes de la física son como son? ¿Es el tiempo real o una ilusión? ¿Por qué hay algo en vez de nada?
No hay manera de estar seguros de que la ciencia alguna vez responderá estas preguntas… y, entre tanto, ese seguirá siendo un universo del que los filósofos no han sido desplazados.