“A cualquier persona con una discapacidad le diría que si tiene un sueño y una pasión tiene que seguirlos, porque solo uno mismo puede hacerlos realidad”. Esta lección de vida podría pasar desapercibida en muchos libros de autoayuda o en tantas otras películas de ficción, pero en labios de Alen Kempster se transformó en una meta diaria hasta que falleció en su casa, el pasado 16 de abril, según hizo público el entorno familiar en la red social Facebook. El australiano, que tenía 56 años, llevaba más de un cuarto siglo luchando por su gran pasión: el motociclismo, pero sin contar con la ayuda de su brazo y pierna derechos. La amputación de ambos miembros después de sufrir un accidente de tráfico en moto al atropellarle un conductor ebrio con su camión, no le descabalgó de las dos ruedas y decidió seguir con su sueño hasta el final de sus días.
El ejemplo de superación le llevó a modificar su motocicleta para trasladar las palancas que la accionaban al lado izquierdo y este cambio le ganó el sobrenombre de Half Man (Medio hombre), un mote que lució orgulloso con el dorsal 1/2 bien visible en la parte trasera y delantera de su Kawasaki 400. Si Kempster pudo rehacer su vida tras el accidente fue gracias a la ayuda de un hombre que le auxilió llamando con su teléfono móvil (allá por 1990) a los servicios de emergencia, según se recoge en la biografía publicada en su página web. Tras pasar un momento crítico —necesitó nueve litros de plasma y más de un año de dura rehabilitación— representó a su país en la categoría de esquí acuático para discapacitados, donde fue tres veces campeón del mundo.
Su amor por las carreras de motos siempre le acompañó, y en 2009 quiso sentir el ruido del motor de nuevo, lo que le llevó a adquirir su preciada Kawasaki, con la que participó, entre otros campeonatos, en la primera carrera internacional para discapacitados sobre dos ruedas: la Di.Di. World Bridgestone Cup, en Mugello (Italia). Una de las anécdotas que dejó Kempster durante la celebración del torneo era su buen sentido del humor ya que, nada más llegar, “le hospedaron en un primer piso sin ascensor”. Cuando le preguntaron si había algún inconveniente, él respondió con una sonrisa: “no hay ningún problema, solo necesito una caja de cervezas”.
Kempster, que siempre rechazó el uso de cualquier tipo de prótesis o avance tecnológico, ponía a punto y hacía los arreglos necesarios a la motocicleta con la que competía, como se puede ver en un corto documental titulado Left side story, publicado en 2012. “Cuando fui a mi primera carrera y volví a casa con el trofeo de campeón, la gente se dio cuenta de que sí podía volver a correr”, sostiene feliz a cámara. Un ejemplo más de la tenacidad del australiano en un país en el que no existe una categoría para que compitan personas discapacitadas en circuitos de carreras. Su ambición le llevó a enfrentarse a compañeros en plenitud física, lo que le granjeó el reconocimiento y el respeto de los demás pilotos de profesión.
La pasión que siempre le movió permanecerá, también, entre los alumnos que alberga la escuela que puso en marcha tiempo atrás. En el vídeo, Kempster explica cómo llegó a materializar su idea: “Una de las razones por las que me subí de nuevo a una moto fue porque quería abrir mi escuela de motociclismo para discapacitados y pensé que necesitaba probarme a mí mismo en primer lugar”.