Palos y gases lacrimógenos. Así fueron recibidos en Guatemala los miles de migrantes hondureños que intentaban pasar la frontera a Estados Unidos. A pocos días de que Joe Biden tome posesión en EEUU, los agentes usaron la fuerza para detener el paso de una caravana con destino a EEUU.
Más de 9.000 migrantes, incluidas familias con niños pequeños, han ingresado a Guatemala desde el viernes, huyendo de la pobreza y la anarquía en una región sacudida por la pandemia de coronavirus y huracanes consecutivos en noviembre. Tras ser reprimidos por las autoridades, los migrantes se apiñaron durante la noche en una carretera en el este de Guatemala.
“No hay comida ni agua, y hay miles de niños, mujeres embarazadas, bebés, y no nos quieren dejar pasar”, dice uno de los hondureños atrapados. “Estamos hambrientos”, añade una madre hondureña, que viaja con su hijo de 15 años, su hija de 9 y su sobrina de 4 años. “Todo lo que tenemos es agua y algunas galletas”, explica.
El éxodo de hondureños es un reflejo de la crisis que vive su país desde 2009, que se agudizó con la pandemia de Covid-19 y las tormentas tropicales Eta e Iota.
La avalancha humana no pudo ser detenida por dos cordones de seguridad que la Policía Nacional de Honduras tenía en El Florido. Algo similar sucedió en el punto aduanero en territorio de Guatemala, donde el sueño de llegar a EEUU se empezó a convertir en pesadilla cuando habían avanzado varios kilómetros, porque las fuerzas de seguridad les recibieron con palos y gas lacrimógeno, cumpliendo una advertencia oficial de que no les dejarán pasar. Alrededor de 1.000 migrantes ya fueron deportados a su país.
Desempleo y violencia
El desempleo y la violencia siguen siendo las principales causas que los migrantes, en su mayoría jóvenes, aducen para irse de Honduras, donde no hay oportunidades para todos y los Gobiernos que asumen cada cuatro años no han sido capaces de reducir la gran deuda social que el país tiene con su gente.
Muchos de los hondureños pobres y desempleados nunca han recibido un beneficio social directo de la deuda interna y externa que tiene Honduras, que supera los 12.000 millones de dólares.
Un policia pide la documentación e una hombre junto al río Suchiate. Reuters
En todas las caravana que han salido desde 2018 han ido personas de todas las edades, entre hombres, mujeres y niños, incluso de la tercera edad y otros con impedimentos físicos, aunque en su mayoría son jóvenes que representan una importante fuerza productiva.
Este año, la caravana ha sido la más grande y con mayores grupos de familias enteras, algunas con padres llevando uno o varios hijos de diferentes edades.
Darling Álvarez, de 26 años, una afrodescendiente que es madre soltera, viajó con su hija de siete años, mientras que el campesino Víctor Manuel Laínez (38), un campesino padre de diez hijos que dejó con su esposa, lo hizo con tres hermanos, según pudo constatar Efe.
La falta de empleo, un problema que cientos de miles de hondureños arrastran desde hace muchos años; la violencia criminal, que ha recrudecido en 2021 con macabros asesinatos, y la calamidad que dejaron la pandemia de covid-19 y las tormentas Eta e Iota en 2020, son solo una parte de la cadena de problemas que vive Honduras.
El país sufre además, no de ahora, las deficiencias de sus sistemas de educación y salud; la violencia del crimen organizado y las pandillas; el narcotráfico, malos servicios públicos, un alto coste de la vida, bajos salarios, inseguridad, injusticia y una corrupción galopante entre otros males, que son como una maldición para un pueblo humilde y trabajador, además de mucho aguante.
Las desgracias que sufren la mayoría de los 9,5 millones de habitantes que tiene Honduras, reflejan además que los políticos que han gobernado al país en las últimas cuatro décadas, desde el retorno a la democracia en 1980, después de varios años con regímenes militares, no han sido capaces de crear bienestar, aunque tampoco hicieron mucho quienes gobernaron 30 años atrás.
Analistas coinciden en que en 1980 la pobreza afectaba al 60% de los hondureños, y que en 2020 rozó el 70% con los miles de nuevos pobres que dejaron la pandemia de Covid-19, que se comenzó a expandir en marzo, y las tormentas Eta e Iota, que azotaron al país en noviembre.
Según fuentes del Consejo Hondureño de la Empresa Privada (Cohep), alrededor de un millón de puestos de trabajo se perdieron en 2020 por la covid-19 y las tormentas.
Caravanas a partir de 2018
En los últimos 50 años, muchos hondureños se fueron de manera ilegal hacia los Estados Unidos, donde ahora viven más de un millón, entre los que lograron conseguir residencia legal y los indocumentados, que han representado la primera fuente de divisas de su país, por las remesas familiares que envían cada año.
En 2020, según fuentes oficiales, las remesas rozaron los 5.000 millones de dólares, pese a que se esperaba que tuvieran una caída por la pandemia de covid-19, que afecta duramente a Estados Unidos.
La Guardia Nacional junto al río Suchiate. Reuters
Durante los últimos 20 años un promedio entre 100 y 150 hondureños se iban a diario del país con el fin de llegar a Estados Unidos, donde muchos tenían familiares que les esperaban, pero no todos lograron llegar a ese país, porque fueron devueltos de México, donde fueron víctimas de todo tipo de atropellos, incluso asesinados o muertos y mutilados al caer de trenes.
La falta de empleos y buenos salarios, más la violencia, fue incrementando el número de migrantes que salían a diario hacia EEUU, al menos hasta antes de la pandemia de covid-19.
Pero las movilizaciones, en caravanas, comenzaron en 2018 y, desde entonces, más de 20.000 hondureños corrieron el riesgo que implicó esa aventura, sufriendo muchos el rechazo de las autoridades de Guatemala, México y Estados Unidos.
Muchos de los hondureños que salieron en todas las caravanas, incluida la de la semana pasada, fueron capturados y deportados, y también fueron muchos los que intentaron irse de nuevo hasta dos y tres veces, aduciendo que no pueden vivir en su país por la falta de trabajo y la violencia.
El panorama del país centroamericano es incierto por la difícil situación política, social y económica que vive Honduras desde hace varios lustros, que se agravó con el golpe de Estado del 28 de junio al entonces presidente, Manuel Zelaya.
La crisis se agudizó más tras las elecciones generales de 2017, cuando fue reelegido el actual presidente, Juan Orlando Hernández, violentando la Constitución, que no lo permite bajo ninguna modalidad, en unos comicios en los que según la oposición, además, hubo fraude y varios muertos y lesionados.
La oposición política, que pareciera desentenderse de los problemas de fondo del país y carece de auténticos líderes, al igual que el gobernante Partido Nacional, acusa a Hernández de la profundización de la crisis y la alta corrupción que vive Honduras.
La situación es preocupante, según advierten diversos sectores, principalmente porque 2021 es un año político, en el que habrá elecciones internas de partidos, en marzo, y generales, en noviembre, y cada día son más los rumores de que Hernández quiere buscar una segunda reelección, a lo que el gobernante ha reiterado que no es cierto y que su mandato finaliza el 27 de enero de 2022.