Donald Trump no pagó impuestos federales sobre ingresos en 10 de los últimos 15 años, principalmente porque su emporio empresarial declaró pérdidas mayores que sus ingresos. Solo tuvo que desembolsar 750 dólares (algo más de 644 euros) en 2016, el año que fue elegido para la presidencia de Estados Unidos, y la misma cantidad durante su primer año de mandato. Así se desprende de la información exclusiva publicada este domingo por The New York Times. El republicano, el único presidente estadounidense de la historia reciente en no hacer pública su información fiscal, atraviesa una situación financiera complicada y afronta el vencimiento de millones de dólares en deuda, según el Times, que asegura haber tenido acceso a dos décadas de declaraciones tanto de Trump como de sus centenares de empresas. No disponen de la información personal de 2018 y 2019.

Alan Garten, abogado de la Trump Organization, el conglomerado empresarial del neoyorquino, declaró al rotativo que “la mayoría, si no todos los hechos parecen imprecisos”, y aseguró en un comunicado: “Durante la pasada década, el presidente Trump ha pagado decenas de millones de dólares en impuestos personales desde que anunció su candidatura en 2015”. Aun así, el Times apunta que el asesor mezcla impuestos sobre las rentas con otros impuestos federales y hace un uso torticero del concepto de crédito fiscal.ADVERTISING

La información supone material explosivo a poco más de un mes de las elecciones presidenciales y tan solo dos días antes del primer debate cara a cara con su rival demócrata, Joe Biden. La fotografía de las cuentas de Trump muestra un imperio que no atraviesa por su mejor momento, pero que precisamente ha visto subir los ingresos en los negocios que más potenciales conflictos de intereses presentan, como su lujoso hotel de Washington, donde se celebran muchos eventos y se recibe a huéspedes de calado político, y su club de golf Mar-a-Lago en Florida, por las mismas circunstancias. La noticia se publica, además, al día siguiente de que Trump diera el pistoletazo de salida para una crucial batalla por el Tribunal Supremo, con la nominación de la juez conservadora Amy Coney Barrett en sustitución de la magistrada recién fallecida Ruth Bader Ginsburg.

Las declaraciones fiscales de Trump, celosamente protegidas por el interesado, eran uno de los documentos más codiciados por el periodismo estadounidense, así como por los fiscales y los políticos demócratas, al menos desde que el empresario llegó a la presidencia hace casi cuatro años. En una conferencia de prensa en la Casa Blanca, el presidente ha despreciado la exclusiva, calificándola de “informaciones falsas, totalmente inventadas”.

“He pagado mucho, y también he pagado muchos impuestos sobre la renta a nivel del Estado, el Estado de Nueva York cobra muchos impuestos”, ha agregado. De hecho, el pasado noviembre salió a la luz que Trump, un neoyorquino natal, había trasladado su residencia fiscal desde la Trump Tower en la Quinta Avenida de Manhattan al club Mar-a-Lago en Palm Beach.

Trump, un empresario inmobiliario de Manhattan, siempre se ha jactado, por una parte, de ser muy bueno en los negocios y, por otra, de ser lo bastante hábil como para pagar pocos impuestos. Pero al mismo tiempo ha tratado de ocultar toda esa información, que tradicionalmente los candidatos presidenciales hacen pública. La Fiscalía del Distrito de Manhattan llevaba tiempo reclamando esa información, al igual que los demócratas en el Congreso, y el asunto acabó en el Tribunal Supremo, que en julio tomó una decisión y le dio una de cal y otra de arena.

La máxima instancia judicial estableció que Trump no puede bloquear la información financiera y fiscal que le reclama la Fiscalía, aunque devolvió a los tribunales inferiores la demanda del Congreso. Ambas demandas estaban relacionadas con la investigación por los pagos opacos que Trump realizó antes de las elecciones de 2016 para silenciar dos supuestas relaciones sexuales extramatrimoniales. La semana pasada trascendió, también en una información avanzada por The New York Times, que la misma oficina del fiscal general de Manhattan había encontrado ya base suficiente para investigar al presidente y a sus negocios por fraude fiscal.

Una de las bazas que jugó Trump en su carrera a la presidencia era la de presentarse al mundo como un empresario de éxito, un emprendedor hecho a sí mismo, que si había conseguido construir un imperio lograría también sacar lo mejor de un país como Estados Unidos. Algunos análisis hechos en su día ya desmitificaron este retrato, pues llegó al negocio de la mano de su padre, ya un constructor millonario, y su patrimonio tampoco se multiplicó por encima de lo que lo había hecho el propio mercado con el paso de los años.

El jugoso negocio de la televisión

Ahora, en el arsenal de datos recién hechos públicos, aparece un Trump con una mala racha en los negocios, pero con mucha mejor fortuna como showman televisivo, a juzgar por los emolumentos que obtuvo como presentador de The Apprentice (El aprendiz) el famoso programa de telerrealidad en el que el hoy presidente, en el papel de gurú de los negocios, examinaba los proyectos de aspirantes a empresarios. Tanto ese programa como los contratos y licencias relacionadas le han reportado 427 millones de dólares (más de 366 millones de euros) que invirtió en campos de golf.

Por otra parte, en los próximos cuatro años vencerán más de 300 millones de dólares en préstamos, de los que el propio Trump es personalmente responsable.

El periódico detalla que toda la información publicada este domingo ha sido obtenida a través de fuentes con acceso legal a la misma y que ha podido comprobar la veracidad de partes de ella al compararla con algunos documentos sueltos que sí habían salido a la luz en los últimos años. Por ejemplo, en octubre de 2016, a poco de las elecciones, el Times publicó que en 1995 Trump declaró pérdidas por 916 millones de dólares por la ruina de sus casinos en Atlantic City y otros negocios fallidos, lo que le supuso una deducción impositiva de hasta 50 millones de dólares de ingresos al año, “que le podría haber permitido evitar legalmente pagar cualquier impuesto sobre la renta federal durante los siguientes 18 años”.

Conflicto de intereses

Con el trasfondo de sus problemas financieros, los documentos revelan, siempre según el Times, los conflictos de intereses generados por la negativa de Trump a desvincularse de sus negocios mientras esté en la Casa Blanca. Los documentos ponen por primera vez números concretos al flujo de dinero de lobistas, empresarios y oficiales extranjeros hacia algunas de sus propiedades, convertidas en bazares de influencia. Es el caso de su hotel en Washington, que recibió un pago de 397.602 dólares (341.367 euros) de la asociación evangélica de Billy Graham para un evento en 2017.

Su club de golf de Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida), uno de los negocios más rentables de Trump, al que se refiere como la Casa Blanca del sur, es una fuente habitual de quejas sobre conflictos de intereses. Los ingresos de Mar-a-Lago han crecido de manera considerable desde que Trump anunció su carrera presidencial. El club ha visto desde 2015 un aluvión de nuevos socios que le han permitido embolsarse cinco millones al año adicionales, según el Times. Los nuevos cortesanos multiplicaron casi por 10 lo que el club ingresa por las cuotas de entrada de los socios, según el diario, de 664.000 dólares en 2014 a seis millones en 2016. En 2017, Trump dobló la cantidad que los nuevos socios deben desembolsar para pertenecer al club.

Los documentos muestran también, según el Times, cómo los desembolsos más cuantiosos realizados por diferentes empresas para celebrar eventos y congresos en Mar-a-Lago se han producido desde que Trump es presidente. Lo mismo sucede en otras propiedades de Trump, como su club de golf en Doral (Miami), que ingresó al menos siete millones de Bank of America entre 2015 y 2016, o 406.599 dólares de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en 2018.