El arte siempre se trata de los pequeños detalles.
Un ejemplo de esto es “La Escuela de Atenas”, del maestro renacentista italiano Rafael Sanzio, cuya muerte ocurrida hace 500 años, en 1520, se conmemora actualmente en todo el mundo con exposiciones desde Milán a Londres, de Berlín a Washington D.C.
Millones de ojos se han maravillado ante la reunión de antiguos filósofos y matemáticos, estadistas y astrónomos que Rafael imagina en su famoso fresco.
Sin embargo, parecería que un pequeño detalle cerca del centro del primer plano de la pintura, del que podría decirse que se derrama el significado de la obra maestra, ha pasado casi completamente desapercibido para los historiadores y críticos durante medio milenio.
Al lado del brazo izquierdo del escritor que está sentado cerca del centro de la pintura, un simple tintero se tambalea en la esquina de un bloque de mármol, apenas a un codazo de caerse y abrir un agujero negro en el corazón de la obra de Rafael.
Ese objeto transforma el fresco de Rafael de ser un tributo bidimensional al pensamiento racional en una meditación mucho más profunda sobre la existencia.
Para entender la función simbólica de ese objeto, debemos recordar por qué Rafael pintó el fresco, dónde se encuentra en el Vaticano y qué representa la pintura.
Sala decisiva
Rafael todavía tenía veintitantos años cuando, en 1509, el Papa Julio II lo llamó para que redecorara una serie de salas de recepción en el Palacio Apostólico del Vaticano.
Miguel Ángel había sido contratado apenas un año antes para diseñar y pintar el techo de la Capilla Sixtina.
La primera sala que Rafael abordó fue la Stanza Della Segnatura, o “Sala de la Firma“, el lugar donde se firmaban y sellaban los documentos más importantes de la Iglesia y se establecían como la doctrina exigible.
La sala también servía como biblioteca del Papa y lugar de reunión del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, el órgano judicial más poderoso de la Iglesia Católica.
Los colores y formas, narrativas y ritmos que adornarían las paredes de esta cámara supervisarían, si no potencialmente influirían, las decisiones que afectarían las vidas de todos los feligreses.
Lo que estaba en juego no podía ser más alto y Rafael lo sabía.
Quién es quién
Rafael decidió dedicar frescos individuales a cada uno de los cuatro temas principales que se encontraban en la biblioteca del Papa: derecho, religión, literatura y filosofía.
Para la disciplina de filosofía, Rafael convocaría a casi dos docenas de pensadores influyentes a lo largo de un milenio, desde Anaximandro (siglo VII a.C.) hasta Boecio (siglo VI d.C.), autor de “La consolación de la filosofía”.
Pero ¿cómo haría cualquier observador de su pintura para distinguir a un filósofo de otro?
Al principio, parecía bastante simple distinguir a Platón de su alumno Aristóteles, mientras ambos bajan los escalones en el centro de la pintura.
Platón lleva una copia del “Timeo“, uno de sus diálogos más famosos, mientras que Aristóteles sostiene un tomo de su “Ética a Nicómaco“, de 10 volúmenes.
Pero en algún momento, Raphael parece darse cuenta de que establecer identidades fácilmente distinguibles para sus filósofos era el enfoque equivocado.
En cambio, debía abrazar la confusión, causar una sensación de flujo y, por lo tanto, hacer de la indeterminación de la identidad la filosofía misma de su retrato de la filosofía.
Personajes entrelazados
Mira de nuevo a Platón. ¿No se parecen su rostro y su barba a los de Leonardo Da Vinci, como aparece este en un conocido autorretrato del artista?
Y la mano de Platón, apuntando hacia arriba, ¿no se asemeja a la representación del discípulo Tomás en “La última cena”, de Leonardo y terminada una década antes?
De repente, Platón no es simplemente Platón. Encarna personalidades cambiantes. Se convierte en una especie de lámpara de lava de identidad en la que el filósofo, el pintor y el acto de dudar de todo lo que ves se funden en uno.
La complejidad de los personajes no son una excepción en la pintura. Mira al hombre que escribe en un libro en el primer plano izquierdo del fresco. La tablilla a sus pies, en la que está garabateada una escala armónica, lo delata como Pitágoras.
Pero, ¿quién es el que está a su izquierda, cerca a su oído? Las posturas y la interacción de las dos figuras han sido identificadas de manera creíble por los historiadores como un retrato de San Mateo, acompañado, como suele ser en la iconografía de la época, por un ángel a su lado izquierdo.
Este patrón de entrelazamiento de identidades se repite en el fresco.
Dobles
En el lado derecho, el dibujante que hace girar su compás ha sido identificado de manera convincente tanto como Arquímedes y Euclides.
¿O qué hay de ese caballero de uniforme militar que está siendo sermoneado por un anciano a la derecha del compuesto Platón-Leonardo-Tomás?
Algunas guías del cuadro dirán que es Alejandro Magno. Otras dicen que Alcibíades, el distinguido general ateniense.
En otra parte, los espíritus del historiador y geógrafo griego Estrabón y del profesta persa Zoroastro se mezclan en una sola imagen de un astrónomo que hace girar un orbe de estrellas.
Pero, ¿cómo sabemos que esta es la estrategia visual deliberada de la pintura?
El tintero
Para que el fresco de Rafael funcione, las diversas líneas de identidad deben estar atadas a un eje común que nos ayude a dar sentido al sistema.
Entonces nuestros ojos lo ven: el tintero, rico y profundo en simbolismo. El objeto pertenece claramente al escritor pensativo que está casi al centro del cuadro, una figura ausente en los bocetos preparatorios que Rafael tenía para la obra.
Fue una ocurrencia tardía. La figura ha sido reconocida durante mucho tiempo como un híbrido de más de una figura histórica.
Por un lado, se cree que es un tributo al venerado rival de Rafael, Miguel Ángel, con quien comparte rasgos faciales.
Al mismo tiempo, su aire malhumorado recuerda a la actitud abatida del filósofo griego presocrático Heráclito.
Que Rafael haga una alusión de última hora a Heráclito, congelado para siempre en el acto de escribir sus obras, es crucial para la coherencia de su fresco.
Fugacidad
Heráclito, conocido como “el Oscuro”, es famoso por su afirmación “nadie se baña en el mismo río dos veces“.
Su certeza sobre la fugacidad de todas las cosas sería corroborada por el tiempo: ni una sola obra suya ha sobrevivido.
Al rebobinar la historia a un momento en el que la tinta de Heráclito todavía estaba fresca, Rafael captura con imaginación el flujo y reflujo del ser.
Como un objeto que supervisa la promulgación de los decretos papales en la Stanza Della Segnatura, el tintero de Heráclito es un símbolo subversivo, pues de este tintero brotarían las nociones de la fugacidad de toda autoridad.
El tintero niega el poder al declarar la inutilidad de cualquier intento de inscribirse indeleblemente en el mundo.
Más bien, ratifica la fluidez de la identidad que Rafael construye (y deconstruye) en su pintura.
Quitas el tintero y la obra se disuelve en un fiasco de formas confusas.
El tintero de Heráclito -profundo, aunque pasado por alto-, es el manantial del que emana la energía elástica de la obra maestra de Rafael.
* Este artículo fue publicado originalmente en BBC Culture, en inglés, y lo puedes leer aquí.