Encontrar a alguien perdido en el Pacífico es como buscar una aguja en un pajar. La inmensidad del océano más grande del planeta –equivale a un tercio de la superficie de la Tierra– y sus más de 25.000 islas invitan inevitablemente a pensar en novelas de aventuras, películas o series hollywoodienses o a fantasear con innumerables historias para no dormir de los primeros circunnavegadores. Se suele decir que la realidad supera a veces la ficción y el dicho volvió a cumplirse una vez más cuando el pasado fin de semana tres marineros fueron rescatados de Pikelot, una remota isla de los Estados Federados de Micronesia situada en el Pacífico sur, gracias a un enorme SOS escrito sobre la fina arena de la playa. Sin duda, un elemento indispensable para cualquier guión.
La señal de auxilio fue divisada por las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, que junto a las autoridades australianas unieron sus fuerzas para ayudar a dar con los náufragos, desaparecidos desde hacía tres días cuando se dirigían a los atolones de coral de Puluwat y Pulap. Su embarcación de siete metros se quedó sin combustible y fueron arrastrados hasta la inhabitada isla, a unos 200 kilómetros al oeste de donde zarparon. Al conocer la desaparición, el Centro de Coordinación y Rescate de Guam emitió una alerta y solicitó ayuda a la Defensa australiana, que envió el buque de guerra Canberra cuando este se encontraba navegando entre Australia y Hawái.
Los marineros, desaparecidos durante tres días, fueron hallados a 200 kilómetros de donde zarparon
La celeridad en la búsqueda fue clave para hallar en buen estado de salud a los tres micronesios, quienes improvisaron una cabaña en la playa desierta para refugiarse del sol y con la intención de llamar la atención para ser vistos con mayor facilidad. “Estábamos en el final de nuestro patrón de búsqueda. Nos volvíamos para evitar tormentas y fue entonces cuando miramos hacia abajo y vimos una isla. Decidimos echarle un vistazo y vimos la palabra ‘SOS’ y un bote justo al lado de la playa”, explicó el piloto Jason Palmeira-Yen, a bordo de un KC-135.
Acto seguido, avisaron al Canberra para que procediera a mandar un helicóptero hacia la isla para ayudar a los marineros. Comprobaron sus identidades y les llevaron comida y agua. “Estoy orgulloso de la respuesta y la profesionalidad de toda la tripulación en el cumplimiento de nuestro deber de contribuir en la seguridad de las vidas en altamar en cualquier lugar del mundo ne el que estemos”, sacaba pecho el comandante del buque, Terry Morrison.
La Guardia Costera de Hawái facilitó a los varados una radio para que pudieran comunicarse con una patrulla micronesia, sin romper los rescatistas, eso sí, la distancia de seguridad como medida preventida para la Covid-19. Ni tan siquiera un recóndito islote en mitad de la nada –del que se supo de su existencia por primera vez en 1801 y que destaca por su arrecife de coral y por ser un buen lugar de anidación de tortugas marinas– puede esconderse de la pandemia. Tras la misión internacional, las autoridades de los Estados Federados de Micronesia, una nación del Pacífico Occidental de más de 600 pequeñas islas, enviaron un barco de patrulla para llevar a sus ciudadanos a casa.
En los tiempos en que las nuevas tecnologías acaparan cualquier tipo de comunicación, la famosa llamada de socorro aparecida a principios del siglo XX es todavía vigente para salvar vidas. Nacida por su facilidad a la hora de ser telegrafiada con el código morse y con el fin de reemplazar la señal CQD, las letras SOS no forman parte de ningún acrónimo pese a la búsqueda reiterada de significados en inglés ( Save Our Ship , salven nuestro barco) y en latín ( Si Opus Sit , si fuera necesario). En 1909 se usó por primera vez cuando el buque Slavonia de la naviera británica Cunard envió la señal de auxilio al naufragar cerca de las Azores durante la travesía entre Nueva York y Palermo. Afortunadamente no tuvieron que lamentar fallecidos.
Un final más trágico tuvo en otro de sus primeros usos tres años después, cuando el barco más famoso de la historia, el Titanic , se hundió después de colisionar con un iceberg en el Atlántico en su primer viaje. 1.496 personas perdieron la vida. Y es que no todas las historias de naufragios tienen siempre un final feliz.