El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, volvió a reunir el pasado domingo a sus partidarios frente al palacio de Planalto, en Brasilia. Esta vez llevaba mascarilla, pero no dudó en acercarse a los manifestantes y cargar en brazos a varios niños. A juzgar por la estampa, nadie pensaría que la pandemia de coronavirus se encuentra fuera de control en Brasil. Pero los números y los expertos dicen lo contrario.
El sábado, el gigante latinoamericano se convirtió en el cuarto país más afectado por la Covid-19 y, tan solo un día después, se acercaba peligrosamente al tercer puesto.
El exministro de Salud denuncia que alertó al presidente del elevado número de muertes: “Nada es una sorpresa”
Brasil registró 7.938 nuevos casos de coronavirus este domingo, por lo que el total de contagiados llegó a 241.080 –pese a que hay expertos que apuntan a que la cifra real podría ser mucho mayor–. Si la tendencia se mantiene, el país superará en breve al Reino Unido (que ha registrado 244.995 casos) y a Rusia (con 281.752) y será el segundo país con más contagiados, tan solo superado por Estados Unidos (1.478.241).
Las previsiones indican que los contagios y las muertes (16.118 hasta la fecha) seguirán creciendo de forma exponencial en este país de 210 millones de habitantes y que el pico de la enfermedad no llegará hasta dentro de semanas, mientras que en casi todos los países europeos hay una desaceleración.
Pero nada de esto parece alterar los ánimos del líder ultraderechista, que en un mes ya ha perdido a dos ministros de Salud. En unas declaraciones durante la manifestación, volvió a criticar las medidas de distanciamiento social adoptadas por los gobiernos regionales y municipales para combatir el avance de la Covid-19 y defendió la normalización de la actividad económica.
El alcalde de São Paulo, la mayor urbe del país, Bruno Covas, admitió el domingo que los hospitales de la ciudad están “al borde del colapso” por la creciente demanda de camas y que estudia la posibilidad de decretar la cuarentena total. Las camas del sistema público de salud con unidades de cuidados intensivos han llegado a una ocupación del 90 % y las de enfermería a un 76% en una ciudad de más de 12 millones de habitantes. El estado de São Paulo, el más poblado del país con 46 millones de habitantes, es el principal foco de la epidemia.
En una entrevista en el diario Folha de São Paulo , el exministro de Salud Luiz Henrique Mandetta, destituido en abril por sus divergencias con el presidente en torno a la estrategia para combatir el virus, afirmó el lunes que le alertó sobre la gravedad de la pandemia. “Teníamos nuestros estudios de escenarios de números de casos y muertes. Nada de lo que está ocurriendo hoy es sorpresa para el Gobierno”, afirmó el exministro, cuyo sucesor, Nelson Teich, renunció el pasado viernes igualmente por divergencias con Jair Bolsonaro. “El ministerio es hoy una nave sin rumbo”, aseguró.
El líder ultraderechista es uno de los gobernantes más escépticos sobre la gravedad de la pandemia.
Ha llegado a calificar la Covid-19 de “gripecita” e insiste en criticar las medidas de distanciamiento
social adoptadas por gobiernos regionales para frenar su avance. “Claramente consideraba que la crisis económica proveniente de la salud era inaceptable por más que lo alertáramos de que era una enfermedad muy seria”, aseguró el exministro.
De acuerdo con Mandetta, la insistencia de Bolsonaro en forzar el uso de cloroquina para tratar a los pacientes contagiados puede provocar muchas más muertes, ya que se trata de una medicina cuya eficacia no ha sido comprobada y con graves efectos colaterales, como arritmia cardíaca. Según el exministro, la intención de Bolsonaro con su apuesta por este controvertido medicamento es que los brasileños piensen que pueden volver al trabajo porque ya existe un remedio para el coronavirus.
“Es algo para tranquilizar, para recuperar la normalidad sin tanto peso en la conciencia. Si tuviera lógica de asistencia, la idea habría partido de las sociedades especializadas”, dijo.