A sus 87 años, el sacerdote católico Agripino Núñez Collado hace una retrospectiva de la parte de su vida que dedicó al desarrollo de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) y a su rol de conciliador entre las partes que han liderado el devenir político y económico de República Dominicana durante las crisis electorales de las últimas décadas.
“Ahora que puedo contarlo… Memorias I”, es el título que el religioso da a este compendio de anécdotas sobre reuniones, fortuitas y coordinadas, con la cúpula política y empresarial dominicana, con embajadores y religiosos.
Las conversaciones que fueron cruciales para buscar salida a las crisis políticas de los años 1978, 1990, 1994 y 2004 y los acuerdos y apoyos gestionados por Núñez Collado para levantar el campus universitario, los cuenta en un libro del que advierte, es solo el comienzo.
En esta entrevista que concedió a Diario Libre, el sacerdote explica algunos de esos hechos, como las razones que lo llevaron a expulsar a Félix (Felucho) Jiménez de la PUCMM en 1971, o las que le permitieron mantener abiertas siempre las puertas del hoy fenecido presidente Joaquín Balaguer.
—“Ahora que puedo contarlo” hace suponer que hubo cosas que no se podían decir antes, ¿es así?
Es algunas cosas que creo que ya se podían decir y, en otro aspecto, yo quería en esta etapa, también porque ahora dispongo del tiempo que no tenía antes. Quería en esta primera entrega, que estoy preparando otra, sobre todo en la universidad, dejar constancia de cómo fue todo el proceso de creación de la institución y cómo se ha llegado a la etapa de desarrollo en que se encuentra, físico y académico.
Por otro lado, aspectos que creo que son de interés para la ciudadanía, sobre todo para los sectores que se interesan por el acontecer político y social. Otra cosa, que yo no lo digo en el libro, pero sí lo siento, es que yo he sido un privilegiado, en el sentido de que, a partir del decenio de los 80, con la iniciativa de llamar a un diálogo tripartito cuando aquí había protestas del sector trabajador, casi todas las semanas. Y a partir de ahí, yo diría que, sobre todo cuando se agudizó la crisis económica, a finales de los 80 principios de los 90, yo me convertí en una especia de… la persona que tenía acceso a los sindicatos, a los empresarios y a los líderes políticos.
—¿Qué cree que hizo diferente la crisis del 90 y la del 94?
La del 90 no fue, digamos, tan grave, porque el profesor Juan Bosch fue que alegó que le habían quitado las elecciones y tuvo un lenguaje… que llamaba ilegítimo al gobierno. Pero Peña Gómez, al día siguiente de las elecciones, yo lo cuento (en el libro), fue a verme y me dijo que iba a ver al presidente (Jimmy) Carter, que estaba aquí como observador, porque de acuerdo a su centro de cómputos, Balaguer había ganado, y Víctor Grimaldi, que era el del centro de cómputos del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), también confirmó eso.
—Pero en la sociedad quedó la idea de que en las elecciones del 90 hubo fraude y que Juan Bosch era el virtual ganador. ¿Usted cree que no?
Yo creo en las referencias que tengo. En la de Peña Gómez y también… sabe que los partidos políticos mayoritarios saben antes que la Junta (Central Electoral), saben quién ganó y quién perdió y Peña fue con mucha seguridad y preocupado, porque según me dijo, lo estaban invitando a que lanzara su gente a la calle, a acusar de fraude.
No fue el caso del 94. La comisión de seguimiento nombrada estaba reunida aquí, en la universidad y Peña Gómez vino a las 6:00 de la tarde, acompañado de un tropel de gente, diciendo que había sido víctima de un fraude colosal.
—Usted empieza sus memorias diciendo que no tiene miedo y muchos religiosos fundamentan sus creencias en el temor a Dios. ¿Cómo explica la diferencia?
Pues, precisamente, porque tengo confianza en Dios. Y siempre he creído que el Señor es quien traza los caminos, sin que uno lo sepa, incluso. Él protege, el ilumina y yo tengo seguridad y fe en eso, que siempre el Señor es como un buen padre, que cuida de sus hijos.
—En las memorias se ve al Agripino que levantó una universidad, al conciliador, pero no habla mucho del sacerdote. ¿Podría hablarnos un poco de eso?
Cuando hablo de la universidad, yo hablo de las cosas que… yo tuve mi primer trabajo, es cuando vine (de estudiar), en la persecución de Trujillo, en una parroquia de Navarrete, que el párroco que estaba allí, la había abandonado por temor al hostigamiento, que lo perseguían. Era el padre Daniel Cruz Inoa, que era, si no asesor, estaba involucrado con los jóvenes del 14 de Junio y Trujillo había pedido justamente que lo sacaran del país.
—Y además del carro que cuenta que heredó de Inoa ¿heredó alguna participación en la lucha que él llevaba?
No exactamente. Cuando a él lo sacan es justamente a raíz del descubrimiento de los jóvenes que estaban implicados y que él era uno de los que activamente trabajaba con ellos. Y el movimiento prácticamente… había pasado ya lo de la pastoral, que a partir de eso Trujillo había aflojado un poco la cosa, pues había temor de que hubiera matanza colectiva. Ya el movimiento no estaba activo cuando yo regresé.
—Usted hablaba de su vida de religioso, que empezó…
Cuando se terminó el Seminario Menor de Licey al Medio, yo fui nombrado director del seminario para trabajar con los seminaristas que serían futuros sacerdotes, que era una labor muy importante de la Iglesia. Pero las cosas, que yo llamo de la providencia, nunca pensé que iba trabajar en la universidad, pues cuando fui a España, a la universidad de Salamanca me dijo (monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito): fíjate en el funcionamiento de los seminarios cuando estés allá, que tú vas a trabajar en el seminario.
Y el día que se anuncia la creación de la universidad (en septiembre de 1962), y en junio de ese año, monseñor Polanco me sorprende y me dice: mira, ya he visto las cosas y pienso que es mejor que tú vayas a la universidad como vicerrector y que monseñor Flores (que estaba como vicerrector) venga para el seminario. A mí como que se me cayó el mundo, porque era un cambio y le dije: pero yo tengo que aprender lo que es una universidad y, afortunadamente, hice contacto con varias embajadas y tuve invitación a Estados Unidos, a Alemania, a Francia, a Israel… Reino Unido.
—Hoy cuando ve su trabajo realizado ¿qué siente?
Me siento un privilegiado, en el sentido de haber podido hacer una obra como la universidad y al mismo tiempo contribuir con el país en tiempos difíciles.
—¿Se siente satisfecho con lo que ha conseguido en el campus universitario o entiende que todavía hay materias pendientes?
Nunca se termina, la universidad, los retos que tiene una universidad no terminan con determinado trabajo. Yo creo que la universidad debe estar siempre atenta a lo que llama Juan XXIII, los signos de los tiempos. Y los tiempos son muy cambiantes. Estos tiempos de la comunicación y el desarrollo tecnológico le crean nuevos retos a la universidad. Yo creo que la universidad es una tarea nunca acabada. Definitivamente hay satisfacción. Cuando dejé la universidad andaba por alrededor de 80 mil egresados y ver que en el país, por ejemplo, a tantos profesionales éxitos.
—Pero la universidad ha tenido sus tropiezos, ¿cuál diría que ha sido el peor momento y si han vuelto a ocurrir crisis como la de 1971, cuando tuvo que expulsar estudiantes?
Fue una decisión dolorosa, pero era necesaria. Había un grupo… también hubo algunos profesores que promovían eso. El problema es que en una academia, cuando hay violencia e irrespeto a la libertad de los demás, eso es incompatible con la universidad, y había ya actos de violencia.
—En ese momento se reclama la participación de profesores y estudiantes en las decisiones del consejo, un cogobierno.
Sí. Algunos profesores, que a mí me lo decían, que en un país donde la universidad del Estado tiene la influencia que tiene la autónoma, no es posible una universidad diferente. Y yo decía que si no es posible o diferente no habrá universidad, pero la vamos a hacer diferente.
—¿Cuáles eran los riesgos de tener un cogobierno en ese momento?
Bueno. Allá teníamos participación, pero para los asuntos académicos y los estudiantes todavía lo hacen para lo que era asuntos académicos. Y tenemos un decanato de estudiantes que es como la alianza entre los estudiantes y la rectoría y es el canal de desahogo y reclamo de los estudiantes. Y eso dio resultados. Yo creo que eso trajo la paz académica, digamos.
—¿Pero, ese decanato se creó a raíz de ese conflicto?
La universidad se fundó en el 62. Ya estábamos en ese proceso de que la representación tenía que ser para los asuntos académicos, pero ellos querían más, cogobierno, tipo la UASD. Y yo respeto mucho la UASD, yo hice, la Licenciatura en Filosofía en la UASD, pero son realidad diferentes.
—¿Cómo se reconciliaron usted y Félix (Felucho) Jiménez, después de eso?
No, porque nunca peleamos. El llegó con un tropel de estudiante y me dijo: “Padre Agripino, esto no es contra usted, es que queremos una universidad…” Y yo los dejé que entraran, y tengo que reconocer, porque en el libro se me pasó eso, que tomaron la rectoría varias semanas, pero hubo cero daños a la propiedad. Reconozco el sentido de responsabilidad y de control que tuvieron los líderes encabezados por Felucho. Pero era un asunto de la época también, había una moda de la toma de las universidades en Europa y en otros países y las modas llegan.
—¿Usted cree que su papel como mediador ha estado vinculado a su rol dentro de la universidad o por características personales?
Yo digo los hechos, pues nunca pensé que iba a estar envuelto, sobre todo en la parte de la conciliación política y de los conflictos, pero yo en eso tenía una actitud, pues la universidad tiene que ser una institución de servicio, abierta, y la parte del diálogo, yo lo consideré que era un papel propio de la universidad.
Lo otro vino como consecuencia de eso, y ahí es que le repito que me considero un privilegiado, porque en un país de tanta suspicacia, tener la confianza sobre todo de los líderes políticos, cuando eran Peña Gómez, Balaguer, Juan Bosch, las figuras máximas, yo, independientemente, con cada uno, llegaron momentos que yo era como el contacto en situaciones muy difíciles.
—¿Cuál ha sido su ingrediente más efectivo para lograr la armonía entre las partes? ¿El hecho de que personas influyentes estén detrás de la universidad, en su consejo, ha sido parte de ese ingrediente?
Bueno, yo lo hacía como rector de la universidad y como Iglesia. Yo tenía una delegación de la Conferencia del Episcopado, junto con monseñor Arnaiz, aunque en situaciones, en las más controversiales, ni monseñor Arnaiz ni (el cardenal Nicolás de Jesús) López Rodríguez, que éramos los tres más cercanos estuvieron en el país.
—¿Entonces, los ingredientes fueron los sectores de la Iglesia católica y el empresariado?
Bueno, yo apunto ahí a la ayuda de lo sobrenatural. El Señor abre los caminos y uno es solo el instrumento. Pero yo diría que la parte más difícil, la crisis más difícil en la que me tocó participar fueron las elecciones del 94, porque afortunadamente, por ese pacto de civilidad fue que se pudo llegar al pacto que se firmó luego ya para superar y lograr que se pudiera normalizar el país, el Pacto por la Democracia.
—Usted dice que tenía las puertas abiertas con Balaguer, ¿cómo era esa relación y cómo empieza?
Varios caminos, probablemente ayudó mucho en su época final, cuando él perdió las elecciones en el 78. Y organizamos, a iniciativa de un servidor, un acto con la idea de reconciliación nacional, con los líderes principales, los líderes políticos. Se decía que Balaguer estaba disgustado con todos los que firmaron aquel comunicado que se hizo en la Casa de la Rectoría a iniciativa de un servidor, y yo, cuando se estaba organizando, fui justamente con Adriano Miguel (Tejada) y visité a cada uno, por separado, para decirle que estábamos organizando este acto de un doctorado Honoris Causa, que era buscando un mensaje que llevara armonía a la ciudadanía, que no estábamos en una guerra. Yo fui donde Balaguer y le dije: “Presidente, pero usted está grueso”. Entonces me dijo: “Son las cortisonas”. Era mi primer encuentro después del 78. Entonces, cuando yo le dije el propósito de la visita, él había estado tirado atrás en su sillón, y cuando le dije, el hombre se inclinó para adelante y me dijo: “Mira, eso yo lo acepto, no solo porque viene de la Madre y Maestra, sino porque para mí va a ser el primero y verdadero reconocimiento, porque cuando uno está en el poder, todo el mundo le rinde pleitesías, pero que se acuerden de uno cuando está aquí, eso no tiene precio”. Ahí aproveché y le dije, me han dicho que usted está disgustado con los que firmaron el comunicado de Santiago, y le expliqué que ese comunicado fue a iniciativa de un servidor porque vi que estaban paseando cajas de muerto frente a la casa de Antonio Guzmán y no sé si era simulando o anunciando la muerte o qué. Entonces, la respuesta de Balaguer fue: “En su caso, yo hubiera hecho lo mismo, eso fue cosa del general Beauchamps (Juan René Beauchamps Javier)”.
—¿Y usted le creyó, que esas acciones se hicieron sin la autorización del mandatario?
Bueeeno, esos son los políticos, eso fue el general Beauchamps, pero es difícil.
—Pero, en su cabeza ¿qué idea quedó?
Bueno, cambiamos a lo que fui.
—¿Y ahora, qué piensa?
Yo… Pasamos a la conversación, al propósito que fui ahí, no le di mucha mente.
—¿Qué idea tiene hoy de la figura de Balaguer?
De Balaguer se ha escrito y se escribirá, porque él tuvo esa particularidad de servirle tantos años al dictador que tuvimos y de ahí pasar a ser, desde el exilio volver y ser el presidente. Y recibir un país después con las circunstancias que hubo de una guerra civil, de intervención. Tuvo unos doce años que dejaron muchos cuestionamientos, pero luego, a partir del 86 cuando él vuelve, fue otra persona, sí. Quizás hasta por sus mismas condiciones. Y se dice, por ejemplo, muchos reformistas dicen que a Balaguer le quitaron dos años los americanos, en ese conflicto del 94. Yo estuve muy ligado al asunto por estar junto a (John W.) Graham, que era el observador de la OEA, en todo ese tramo de mayo hasta agosto y recibió a la embajadora (de Estados Unidos). Ellos lo que hicieron fue que forzaron para que Balaguer y Peña Gómez hablaran, pero nunca dijeron cuál era la solución, eso de dividir los dos años, fue una iniciativa de Balaguer, y Balaguer, durante el conflicto que yo hablé varias veces con él, me dijo: “Yo estoy dispuesto a cualquier acuerdo, siempre y cuando no implique humillación”.