Zhao Yuanyuan, estudiante de 21 años, ha estado tan aburrida en su casa en el centro de Pekín que hasta ha abierto el piano que se juró que nunca más volvería a tocar cuando se marchó a la universidad. Agotadas el resto de actividades posibles —hasta ha pasado la aspiradora, comenta socarrona su madre, Mingming—, lleva ya un rato practicando arpegios en esta larga tarde de la semicuarentena que cumple resignadamente, como el resto de la población china, para evitar la propagación del coronavirus de Wuhan. Yuanyuan aún tendrá que esperar para regresar a su campus, cerrado hasta nuevo aviso; Mingming retomará el trabajo mañana, lunes, pero desde casa. “Jamás pensé que echaría de menos la oficina”, suspira esta analista de mercados de 48 años, después de diez días de semiencierro voluntario que aún va a alargarse al menos una semana más.
Este lunes acaban las largas vacaciones del Año Nuevo lunar, prorrogadas por orden del Gobierno cuatro días más como parte de las medidas para evitar una oleada de desplazamientos masivos que pudiera multiplicar los contagios del coronavirus 2019-nCoV. El patógeno ya ha matado a 361 personas (todas, menos una, en China) y ha infectado en este país a más de 14.400.