Es conocido por todos el proceso que se le sigue a Marino Zapete por afirmaciones que hiciera en uno de sus programas a raíz de un trabajo de investigación.
Después de eso se desataron las iras del infierno contra Zapete y se hizo una labor de perverso lobismo para despojarlo de todos los trabajos con que se gana la vida, parece que hemos vuelto a los tiempos de la venganza privada y lo peor es que el actor principal de ese proyecto de “vendetta” es un funcionario obligado por ley a la imparcialidad.
Tengo setenta y un años y más de la mitad de esa vida he sido amiga de Zapete. Mi seguimiento a su caso no es solo por Marino, tampoco por su acusadora, lo sigo porque percibo que en él se están atropellando normas que consagran derechos fundamentales, como la libertad de expresión, el derecho a un juicio donde ni por asomo se puede tener la sospecha de intervenciones extrañas.
Me llama la atención que en una acción privada sin un contradictorio se rechazara la audición de testigos, en cierto modo impidiendo la defensa del querellado. Por otra parte, el juez tiene en sus deberes la policía de la audiencia, eso no lo niega nadie. Pero también me sorprendió la limitación de la entrada habiendo bancos vacíos (por lo menos 3), y los demás con dos o tres personas, bien podría haberse limitado la entrada a las personas que cupieran sentadas.
Le temo al poder, no por lo que pueda hacerme a mí, sino por lo que le hace a sus detentadores, llegan a creerse eternos, llenándose de arrogancia y de un desprecio por los demás que dejan ver hasta en su lenguaje corporal. Tenemos un ejercicio del poder que no conoce límites, que ni en sueños es capaz de verse como un servidor que se debe al pueblo.
Nos empujan a un oscuro sendero, pretenden llenarnos de temor, que aceptemos cualquier maltrato, que nos endeudemos sin límites, podría decirse que estamos “como un trapecista que empeñó su red”.
La soberbia les impide pensar que todo tiene un límite, que los abusos de todo género, puede que un día los haga despertar envueltos en las llamas de las necesarias insurgencias que ellos mismos hicieron posibles con su proceder.
Para concluir, estas líneas, que bien merece un ser humano como Marino Zapete, están motivadas por una honda preocupación, la Constitución no es para ser saltada por chivos, es para que los ciudadanos la respetemos y la interioricemos como una norma que regula la conducta tanto de gobernantes como gobernados.
Escrito por Miriam Germán, publicado originalmente en Acento