El viernes fue un día más de contradicciones en Tahrir. El sonido de los disparos, pero en especial los efectos de los gases que llegaban desde lo que en los alrededores de esta plazoleta se conoce como el frente , era más fuerte que en días anteriores. Alcanzaban las calles donde miles de familias, con niños incluidos, asistían a apoyar a quienes se han plantado en los alrededores de esta céntrica plaza de Bagdad desde el 25 de octubre para pedir una reestructura del modelo de gobierno que rige en Irak desde la invasión en el 2003, y en especial del sistema corrupto que carcome todos los aspectos de la vida de los iraquíes. “El Gobierno se tiene que ir”, aseguran en Tahrir, donde hay decenas de carteles en los que se leen sus diez demandas.
Venían motivados por el mensaje semanal del gran ayatolá Ali Sistani, en el que había apoyado nuevamente las protestas. Irak, en opinión de quien es la figura más respetada del país, nunca volvería a ser el mismo país después de Tahrir. Lo mismo piensan en esta plaza donde se recalca que aquí no importa la secta ni la religión, que las divisiones son del pasado como lo es la exclusión de la mujer. Miles de ellas están en el frente dando apoyo, especialmente a miles de jóvenes de todos los orígenes, muchos de ellos de los sectores más pobres. Los jóvenes representan el 60% de la población, y uno de cada tres no tiene trabajo. Muchos tuvieron que abandonar un sistema educativo que, especialmente en el sector público, está roto. No hay asientos, baños, luz…
“Después de 16 años hemos despertado para decir basta. Somos un país rico, pero la gente es pobre, y además nos dividen con el argumento de las divisiones sectarias”, explicaba Salma, una estudiante de medicina de 22 años que lleva dos semanas dando apoyo en uno de los tantos centros de salud improvisados alrededor de la plaza. “Yo no tengo problemas económicos, pero sí sufrimos las consecuencias de la corrupción y falta de oportunidades”, decía.
“El Gobierno se tiene que ir”, claman los manifestantes
Las máscaras para protegerse se agotaban, los puestos de salud no alcanzaban a lavar suficientes rostros ni a poner todas las gotas en ojos que eran requeridas. En medio del caos, otros hacían teatro, jugaban a fútbol, bailaban al ritmo de la música que tocaban algunos tambores o braseaban kebabs para ser repartidos entre los asistentes. Y en las paredes del puente que cruza la plaza por debajo, los artistas seguían pintando los grafitis que recogen el espíritu de orgullo patrio de estos días en Bagdad.