Martina tiene 22 años y no sabemos qué votará hoy en las elecciones presidenciales de Argentina. Pero sí sabemos que para poder echar algo a su estómago y al de sus tres hijos tendrá que acudir a alguno de los comedores sociales de la villa La Cava, donde vive en una casucha de este asentamiento marginal con fama de muy peligroso y situado en una de las zonas más ricas del país.
Un día cualquiera, Martina (nombre ficticio) almuerza en una esquina del comedor Manos de La Cava. A un lado están dos de sus hijos, una niña de cuatro años y un niño de uno; al otro lado, el carrito donde duerme su bebé de un mes. Hoy, salchichas con polenta y pera en almíbar de postre. Martina dice que a los 18 años se fue de casa de su madre, también en la villa, porque sufría maltrato. Luego tuvo a los hijos, de padres diferentes, que no están ni estuvieron presentes. No trabaja porque no tiene con quién dejar a los niños. Y sólo ingresa los tres subsidios mensuales, unos 40 euros por cada menor, procedentes de una ayuda social implantada hace diez años por el kirchnerismo y que el macrismo mantuvo.
Martina tiene 22 años y no sabemos qué votará hoy en las elecciones presidenciales de Argentina. Pero sí sabemos que para poder echar algo a su estómago y al de sus tres hijos tendrá que acudir a alguno de los comedores sociales de la villa La Cava, donde vive en una casucha de este asentamiento marginal con fama de muy peligroso y situado en una de las zonas más ricas del país.
Un día cualquiera, Martina (nombre ficticio) almuerza en una esquina del comedor Manos de La Cava. A un lado están dos de sus hijos, una niña de cuatro años y un niño de uno; al otro lado, el carrito donde duerme su bebé de un mes. Hoy, salchichas con polenta y pera en almíbar de postre. Martina dice que a los 18 años se fue de casa de su madre, también en la villa, porque sufría maltrato. Luego tuvo a los hijos, de padres diferentes, que no están ni estuvieron presentes. No trabaja porque no tiene con quién dejar a los niños. Y sólo ingresa los tres subsidios mensuales, unos 40 euros por cada menor, procedentes de una ayuda social implantada hace diez años por el kirchnerismo y que el macrismo mantuvo.
“La asignación sólo me alcanza para comprar los pañales”, afirma la joven. Dice que cuando sus hijos sean mayores estudiará pediatría.
El hambre y la pobreza han sido temas recurrentes de la campaña electoral, marcada por la crisis económica desatada el año pasado y que llevó al país a ser rescatado por el FMI con el mayor préstamo de su historia. El último indicador oficial señala que el 35,4% de los 44,6 millones de argentinos son pobres, unos 15,8 millones de ciudadanos. Sin embargo, este dato corresponde al primer semestre del 2019 y aún no recoge la pérdida de poder adquisitivo cercana al 30% como consecuencia de la devaluación posterior a las primarias del 11 de agosto, que adelantaron la más que probable victoria del peronista Alberto Fernández frente al presidente liberal Mauricio Macri. Uno de cada dos niños es pobre. Los expertos estiman que a fin de año la pobreza alcanzará ya al 37% de la población.
La respuesta
La presión popular obliga a aprobar una ley de Emergencia Alimentaria
Los ingresos de Martina equivalen a 120 euros al mes. Tres millones de argentinos son indigentes, el 7,7% de la población, englobado en ese 35,4% de pobres. La medición oficial tiene en cuenta los ingresos de una familia tipo de dos adultos y dos menores y el costo de una cesta básica alimentaria, que se actualiza cada mes por la abultada inflación de casi el 54% y que en septiembre fue de unos 210 euros. Quien no alcanza esa cifra es indigente.
Para ser considerado pobre se usa una vara un poco más alta, 523 euros el mes pasado, que es el valor de una cesta que además de alimentos básicos incluye servicios como el transporte público. Macri llegó al poder en el 2015 prometiendo “pobreza cero”, pero cuando acabe su mandato habrá cerca de cinco millones más de pobres. Hace unas semanas los piquetes tomaron el centro de Buenos Aires para exigir la aprobación de la ley de Emergencia Alimentaria, que finalmente fue ratificada por unanimidad en el Parlamento y supone aumentar en unos 160 millones de euros el presupuesto para compras estatales de alimentos para el próximo año. No obstante, esta partida no afecta a los comedores escolares, dependientes de los municipios, sin los cuales muchos niños no tendrían garantizado el desayuno, el almuerzo o la merienda.
Una de las personas que más saben de pobreza y hambre en Argentina es Agustín Salvia, director del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, organismo muy cercano al papa Francisco. Esta institución académica elabora un prestigioso índice de pobreza paralelo al oficial que, además de los ingresos, tiene en cuenta otros aspectos. Durante el apagón estadístico del kirchnerismo, el indicador de este observatorio fue la única referencia fiable sobre el tema.
“Es correcto decir que quien tiene hambre en Argentina es aquel que no tiene asegurada la comida cada día”, dice Salvia. Sin embargo, el concepto local no tiene nada que ver con el tópico del hambre africana. “La experiencia de hambre no quiere decir que la persona viva la hambruna de no poder alimentarse, porque finalmente lo resuelve a través de la ayuda familiar, la asistencia social o el comedor”, aclara, advirtiendo que lo realmente grave son sus “efectos secundarios”.
Las diferencias
Y luego está el problema de la malnutrición: dietas sin proteínas y muchos carbohidratos
“Hambre en Argentina no es tanto la hambruna y la desnutrición, sino la malnutrición: se accede a alimentos, pero cargados de carbohidratos, pocas proteínas, faltos de calorías vitales, lo que hace que haya una malnutrición que afecta al desarrollo psicológico, neuronal o físico, sobre todo de los menores”, explica esta analista.
“Pasar hambre en Argentina no es algo nuevo”, continúa Salvia, citando el indicador de inseguridad alimenticia de la FAO. Durante las últimas décadas el porcentaje está estabilizado “alrededor del 5% de los hogares, pero tiende a incrementarse en los picos de crisis”. Por eso subió al 7% de los hogares en el último registro del observatorio, correspondiente al 2018, cuando comenzó la crisis. “Uno de cada diez argentinos vive en hogares que experimentaron hambre, y hace dos años no era así”, asegura.
No obstante, Salvia no es muy pesimista y no cree que el hambre y la pobreza vayan a aumentar mucho más tras las elecciones. “Es cierto que el próximo año abre incertidumbres, las condiciones de austeridad van a seguir siendo altas, pero tampoco creo que el gobierno haga un ajuste salvaje; sí creo que tendremos un año difícil, como el que tenemos en este momento”.
Volvemos a la villa. “La gente no tiene la posibilidad de garantizarse la alimentación”, afirma María Iraola, directora de Manos de La Cava, donde cada día comen unas 300 personas, la mayoría chicos, y donde además se realizan otras tareas como talleres deportivos, repaso escolar o seguimiento de absentismo. “Existen muchas organizaciones, hay una enorme red para garantizar la alimentación” en esta villa miseria y en los 4.000 barrios precarios que existen en Argentina.
Las estadísticas
Las cifras oficiales indican que el 35,4% de los habitantes del país son pobres
Iraola es muy crítica con el papel de un Estado ausente. “No creo en la política, creo que no hubo ningún gobierno en Argentina, desde que yo nací en el año 1965 hasta hoy, que haya pensado en políticas para cambiar esta realidad y para construir un futuro mejor”, afirma. “La ley de Emergencia Alimentaria es un nuevo parche”, añade.
En el 2002, cuando arreciaba la crisis económica del corralito, la pobreza se elevó al 54,5%. Iraola vivió también aquel estallido social y define las crisis económicas “como un tobogán, que lentamente va empeorando”.
A una decena de kilómetros del límite con la capital se halla la acomodada zona norte, San Isidro, una de las localidades con mayor PIB de Argentina. En La Cava viven 8.000, 17.000 o 25.000 personas, según las fuentes, que permanecen postergadas en un ambiente polvoriento sin agua corriente y con cloacas a cielo abierto, dominado por la marginalidad y las drogas, que algunos niños que van al comedor empezaron a consumir con 11 o 12 años. Desde 1983 la ciudad es gobernada ininterrumpidamente por la misma familia, pues el actual alcalde, Gustavo Posse, sucedió a su padre. Y no, no son peronistas, sino radicales, que forman parte del Gobierno Macri.
Pero para visibilizar la pobreza en Argentina no hace falta ir muy lejos, ni al caluroso norte del país, donde la población indígena se lleva la peor parte.
Las víctimas
El rostro de esta lacra es el de un menor: uno de cada dos niños vive en condiciones míseras
A sólo unas manzanas de la Casa Rosada, en el turístico barrio de San Telmo, otra organización da comida y merienda a vecinos necesitados. Asamblea de San Telmo es una entidad que nació con la crisis del 2001. Su directora, Analía Casafú, asegura que desde el año pasado “ha aumentado la gente que viene a por un plato de comida caliente, especialmente personas de la tercera edad y niños”, explica, mientras unos menores meriendan leche con galletas. Casafú considera que “ahora la situación es más compleja que en el 2001 porque hoy la situación mundial es más compleja”. No obstante, en estos años han nacido numerosas organizaciones de ayuda social.
En la misma plaza de Mayo, la agrupación Red Solidaria, dirigida por el popular activista social Juan Carr, reparte comida caliente cada noche. El pasado invierno austral Carr promovió la iniciativa de que el estadio del River Plate abriera sus puertas durante la noche para que los sintecho pudieran refugiarse del frío de la última ola polar. La iniciativa surgió en pleno debate por la crisis social y fue imitada por otros clubs.
Como hizo Macri con “pobreza cero”, quien probablemente será el próximo presidente, Alberto Fernández, presentó en la campaña un plan para erradicar el hambre con siete medidas genéricas. Y en su último mitin, el jueves, volvió a referirse al asunto. “Vamos a ocuparnos de sacar a los cinco millones de pobres que deja Macri”, dijo.
Argentina es un país de contrastes y paradojas. Al igual que en La Cava las casuchas están separadas sólo por un alto muro de un barrio de lujosas casas, con piscinas y palmeras, en el país donde rige una ley de Emergencia Alimentaria se acaba de celebrarla gala de entrega de los 50 mejores restaurantes de Latinoamérica. Ocho son argentinos.