Encontrarse a Francisco Toledo caminando por las calles de Oaxaca era como atestiguar el paso de una estrella fugaz. Uno era tocado por la suerte. Era presenciar al artista más internacional de México moverse por las calles de la ciudad que había ayudado a convertir en un referente. Esa estrella se ha apagado este jueves. Toledo ha fallecido en Oaxaca a los 79 años después de sufrir complicaciones por un cáncer, ha informado su familia. Su muerte deja un enorme vacío en la plástica nacional, que pierde al autor de un mundo fantástico que marcó para siempre el arte contemporáneo mexicano. El país pierde también a uno de sus personajes más particulares: un promotor cultural y ambientalista que alzó la voz para defender el maíz y la tierra.
Toledo (Juchitán, Oaxaca, 1940) fue un desobediente. Ese rasgo de su carácter fue precisamente lo que lo convirtió en artista. Fue un joven obsesionado con los grabados de su bestiario particular, compuesto por animales fantásticos. No le gustaba estudiar y evitaba los exámenes. Su familia, de origen zapoteco, lo envió a la capital del país tras la escuela secundaria con la esperanza de corregir el rumbo. Pero en 1957 Toledo llegó a un Distrito Federal vibrante donde aún emanaba con fuerza la influencia del muralismo mexicano y su realismo socialista que enaltecía las raíces mexicanas y el papel del indígena.