Son dos los factores que hacen de este amor por conveniencia una historia que perdura: corrupción y dinero fresco. Mucho dinero. Mucha corrupción. Es el vínculo entre China y América Latina, impensado décadas atrás. Fructífero en la actualidad.
Durante gran parte de la década pasada, cuando el auge de los commodities provocó un período de bonanza económica pocas veces visto en la región, la relación de los países latinoamericanos con el régimen chino -superpotencia económica- se profundizó enormemente.
En aquellos años, China aparecía como la gran potencia “inocua” que buscaba hacer negocios sin condiciones políticas.
No solo potenciaba el boom de las materias primas con su demanda de alimentos, también realizaba inversiones directas y ofrecía préstamos sin hacer demasiadas preguntas, una oportunidad ideal para numerosos Gobiernos populistas que por ese entonces estaban en el pico de su romance con sus pueblos y ansiaban encontrar socios comerciales diferentes a los tradicionales: Europa o los Estados Unidos.
Mientras tanto, con bonanza económica, avanzaban en América Latina regímenes con tendencia autoritaria que esquivaban indicios de problemas económicos y mantenían enormes niveles de corrupción y difícil acceso al crédito.
Como recuerda el sociólogo e investigador Luis Fleischman, el comercio entre Beijing y América Latina pasó de ser casi inexistente en 1990 a rondar los 270.000 millones de dólares en 2012.
Por otro lado, la inversión directa de China también pasó de casi no existir en la década de 1990 a llegar a un pico de 20.000 millones de dólares en 2010. En total, en la región acumula unos 110.000 millones de dólares, de acuerdo con datos del Banco Mundial.
Brasil se llevó la mayor parte, con el 44%, mientras que Perú, donde China se hace aún más fuerte debido al escándalo por corrupción en torno a la constructora brasileña Odebrecht, y la Argentina le siguen con el 17% y 10,8%. Entre los tres se llevaron el 72,61%, el grueso de la inversión china en la región.
Pero los tiempos cambiaron. El boom de precios de las materias primas es ya un recuerdo y las economías latinoamericanas crecen poco, si es que lo hacen. La mayoría de los proyectos populistas de comienzos del siglo XXI perdieron poder, y los que persisten, como Venezuela y Nicaragua, se encuentran envueltos en una devastadora crisis económica, política y humanitaria. Y China, que parece haber asegurado su acceso a las materias primas que ofrece América Latina y que tanto necesita, ya no parece tan “inocua”.