Despierto en una erótica caricia
y sin amanecer me estoy quemando.
Ruego que antes del fin de la delicia
la luz me diga quién estoy amando.
Hago un café romántico o barroco,
recobro mi cabeza en agua fría
y en el espejo veo al viejo loco
que cada día piensa que es su día.
Vaya forma de saber
que aún quiere llover
sobre mojado.
Leo que hubo masacre y recompensa,
que retocan la muerte, el egoísmo.
Reviso, pues, la fecha de la prensa.
Me pareció que ayer decía lo mismo.
Me entrego preocupado a la lectura
del diario acontecer de nuestra trama.
Y sé por la sección de la cultura
que el pasado conquista nueva fama.
Salgo y pregunto por un viejo amigo
de aquellos tiempos duramente humanos,
pero nos lo ha podrido el enemigo,
degollaron su alma en nuestras manos.
Absurdo suponer que el paraíso
es sólo la igualdad, las buenas leyes.
El sueño se hace a mano y sin permiso,
arando el porvenir con viejos bueyes.
Un obrero me ve, me llama artista,
noblemente, me suma su estatura.
Y por esa bondad mi corta vista
se alarga como sueño que madura.
Y así termina el día que redacto,
con un batir de ala en la ceniza.
Mañana volverá con nuevo impacto
el sol que me evapora y me da prisa.