En la época de Lutero, el mundo se lanzaba hacia la modernidad con el Renacimiento y tomaría dos siglos después un punto de no retorno con la Revolución Industrial del siglo XVIII. Antes de ello llegaron avances como la imprenta o la brújula, el descubrimiento de América -que debía ser evangelizada y hacía prescindible para Roma a una parte de la Cristiandad al centrar sus esfuerzos los colonizadores en el nuevo mundo-, la oposición del nominalismo a las corrientes filosóficas anteriores, el debate entre el método racional y empírico, y el cambio de una concepción teocéntrica a una antropocéntrica. Nació la burguesía y se construía una sociedad secularizada e individualista que renegaba de lo anterior, olvidándose de lo divino y focalizándose en lo terrenal. Todo ello en conjunto sentaría las bases para revoluciones futuras y el nacimiento del sistema socioeconómico que hoy rige el mundo moderno.
Lutero contó siempre con la protección de los príncipes de Sajonia y el apoyo clave de otros nobles germanos. Así abrió un camino que desembocó en el protestantismo -hoy ramificado y dividido en todo el mundo- y logró la emancipación del papado. Como en el cisma de Oriente en el siglo XI, entre católicos y ortodoxos, la política y las disputas por el poder jugaron un papel clave, más allá de las cuestiones doctrinales.
En los tiempos de Lutero la Iglesia estaba en decadencia. El papado era un estamento más de poder y no se predicaba con el ejemplo desde el Vaticano. La alta presión fiscal de la curia y de Roma sobre los campesinos y los territorios también fueron parte del germen que propició que aquella Reforma calara y se expandiera por el norte de Europa junto con el nacionalismo creciente en la época del absolutismo y las disputas.
La crisis de credibilidad de las altas instancias del clero ya había provocado el surgimiento de movimientos como los franciscanos y, antes, los monasterios del Císter, que intentaban volver a las raíces del cristianismo con una vida espiritual profunda y pobre, alejados del poder y los obispos-príncipes. La autoridad pontificia había quedado en entredicho durante el cisma de Occidente con la bicefalia papal en Roma y Aviñón durante medio siglo, que ponía de relieve que la política jugaba un papel clave en la cuestión religiosa.
La Reforma fue la expresión de las profundas fisuras que, desde finales del siglo XIII, aparecen en la monumental unidad entre pontificado e Imperio, sobre la cual se asentó el feudalismo”