Robert (“Bobby”) Fischer, el aspirante de Estados Unidos, no aparece para jugar la “partida del siglo”. Y falta otra persona: Gudmundur Thorarinsson, el joven jefe de la Federación Islandesa de Ajedrez. Thorarinsson, que ahora tiene 82 años, recuerda la escena: “Estuve negociando con el abogado de Fischer hasta el último minuto; quería más dinero y otros detalles”.
“¿Qué habría sido del mundo del ajedrez si hubiera cancelado el campeonato en ese momento?”, se pregunta. Pero no lo hizo. La decisión espontánea de Thorarinsson resultó ser la correcta: “Sabía que Fischer había trabajado toda su vida para tener esta oportunidad de pelear el título”. Solo después de que un mecenas estadounidense aumentara la dotación del premio hasta la fabulosa cifra de 150.000 dólares, Fischer se subió a un avión con destino Reikiavik.
“El ajedrez es la guerra en el tablero”
En un lado del tablero, el tan excéntrico como brillante neoyorquino Bobby Fischer (“El ajedrez es la guerra en el tablero”), y en el otro, el seguro y mundano campeón ruso Boris Spassky. “La mayoría de los islandeses de la época querían que ganara el simpático Spassky”, recuerda el islandés Helgi Olafson, entonces un talento del ajedrez de dieciséis años y más tarde gran maestro: “Spassky era un caballero”.
Pero Bobby Fischer fue la estrella. No fue hasta el 11 de julio cuando finalmente se sentó ante el tablero para disputar su primera partida, siendo derrotado por Spassky. Pero, después, el estadounidense no aparece para jugar la segunda ronda. Le molestaban los ruidos y la luz, y sospechaba de los trucos del equipo soviético. Fischer se niega a jugar. Un escándalo: la competición por el campeonato mundial de ajedrez apenas ha comenzado y ya está otra vez a punto de ser cancelada.
Bobby Fischer le estrecha la mano al ganador de la partida, Boris Spassky, en el Hall Laugardalsholl de Reikiavik, Islandia
Un alemán salva la partida
La partida fue salvada por un alemán: el árbitro principal, Lothar Schmid, también gran maestro de ajedrez y propietario de la editorial Karl May de Bamberg, que encontró una solución. A partir de ese momento, la partida se juega en una sala trasera donde normalmente hay una mesa de ping-pong. “Lothar Schmid era un árbitro excelente”, recuerda Gudmundur Thorarinsson. Lo que sucedió fue legendario: Schmid apremió a los dos contrincantes para que tomaran asiento y les gritó: “¡Ahora, a jugar al ajedrez!”.
Y Fischer jugó. El tercer partido supuso el punto de inflexión en la competición. Spassky, tal vez un poco llevado por las idas y venidas, cometió errores y concedió una derrota inesperada. A partir de ese momento, Fischer tomó el mando del tablero.
El 31 de agosto llegó el momento: tras una victoria en la vigésima primera ronda, Fischer se situó en cabeza de forma indiscutible con 12,5 – 8,5. La ruptura del dominio de décadas de la Unión Soviética en el ajedrez causó sensación. Puede que Estados Unidos no ganara la Guerra Fría en Reikiavik, pero se impuso en la batalla librada en el tablero de ajedrez.
Después, el estadounidense se retiró y la defensa del título de campeón del mundo no llegó a materializarse. La Federación Mundial de Ajedrez no quiso cumplir la lista de exigencias de Fischer y, finalmente, concedió el título al joven ruso Anatoly Karpov en 1975 sin llegar a competir.
(jov/ms)