Andrea Cattabriga ha visto muchos cactus donde no debían estar. Pero nunca había visto nada parecido a la Operación Atacama, una redada realizada el año pasado en Italia. Experto en cactus y presidente de la Asociación para la Biodiversidad y la Conservación, Cattabriga suele ayudar a la policía a identificar algún que otro espécimen incautado a los turistas o interceptado en el correo.
Esta vez, sin embargo, Cattabriga se enfrentó a un despliegue impresionante: más de 1000 de algunos de los cactus más raros del mundo, valorados en más de 1,2 millones de dólares en el mercado negro.
Casi todas las plantas protegidas procedían de Chile, país que no las exporta legalmente, y algunas tenían más de un siglo de antigüedad. La operación —que tuvo lugar en febrero de 2020, pero que se hace pública ahora debido al reciente regreso de los cactus a Chile— fue probablemente la mayor incautación internacional de cactus en casi tres décadas. También pone de manifiesto la cantidad de dinero que los traficantes pueden estar ganando con el comercio.
Ver los cactus recolectados produjo una profunda tristeza a Cattabriga.
“He aquí un organismo que ha evolucionado durante millones de años para poder sobrevivir en las condiciones más duras que se pueden encontrar en el planeta, pero que termina su vida de esta manera: como un objeto para ser vendido”, dijo.
Al igual que el mercado de los huesos de tigre, el marfil, las escamas de pangolín y el cuerno de rinoceronte, existe un floreciente comercio mundial ilegal de plantas. “Casi todas las plantas que se puedan imaginar son objeto de algún tipo de tráfico”, dijo Eric Jumper, agente especial del Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos. Los cactus y otras suculentas están entre los más buscados, junto con las orquídeas y, cada vez más, las especies carnívoras.
El tráfico puede tener consecuencias graves. Más del 30 por ciento de las casi 1500 especies de cactus del mundo están en peligro de extinción. La recolección sin escrúpulos es la principal causa de este declive, que afecta a casi la mitad de las especies en peligro. Sin embargo, esta área del comercio ilegal suele pasarse por alto, lo que constituye un ejemplo de “ceguera vegetal”, es decir, la tendencia humana a ignorar ampliamente esta importante rama del árbol de la vida.
“El funcionamiento básico del planeta se paralizaría sin las plantas, pero la gente se preocupa más por los animales”, afirma Jared Margulies, geógrafo de la Universidad de Alabama que estudia el tráfico de plantas. “Muchas especies vegetales no reciben la atención que recibirían si tuvieran ojos y caras”.
Sin embargo, el tamaño de la Operación Atacama podría ser una notable excepción. También es el mayor ejemplo conocido de cactus robados de la naturaleza que se repatrían para reintroducirlos en su hábitat nativo.
Los expertos también esperan que el caso pueda ser un punto de inflexión en la forma en que los países, los coleccionistas, los conservacionistas y la industria abordan el espinoso tema del tráfico internacional de cactus.
“La sociedad en su conjunto no puede seguir teniendo una visión ingenua de este problema”, afirma Pablo Guerrero, botánico de la Universidad de Concepción, en Chile.
Pasión por la rareza
Los cactus y otras suculentas están de moda. Se han convertido en los favoritos de las redes sociales, promovidos por influentes de plantas de interior por su aspecto extravagante y porque requieren poquísimos cuidados. La pandemia no hizo más que aumentar su popularidad, y las tiendas luchan por mantener algunas especies disponibles.
La colección de cactus del hípster promedio solo incluye especies comunes propagadas en viveros. Pero para algunos coleccionistas especializados —que suelen ser hombres de mediana edad o mayores— la afición es mucho más seria.
“Mucho de lo que impulsa el interés y la pasión por estas plantas es su singularidad y rareza”, dijo Bárbara Goettsch, copresidenta del Grupo de Especialistas en Cactus y Plantas Suculentas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Muchas especies de cactus están muy localizadas, y se encuentran, por ejemplo, solo en ciertos acantilados calcáreos escarpados de México, o en una única mancha de arena de menos de 2,5 kilómetros cuadrados en la costa de Perú. También tienden a crecer muy lentamente. Los ejemplares más grandes, que son los más buscados, pueden tener décadas o incluso cientos de años. Estas características hacen que los cactus sean especialmente sensibles a la sobreexplotación, pero también especialmente atractivos para los coleccionistas interesados en la exclusividad.
Sin embargo, la compra legal de especies raras puede ser difícil o imposible. Todos los cactus y muchos otros tipos de suculentas requieren permisos para su comercio internacional, si es que pueden comercializarse legalmente. La mayoría de los países también prohíben la recolección de algunas o todas estas especies en estado silvestre, incluido Estados Unidos.
“En el caso de todos los cactus, no se pueden recolectar en terrenos públicos, y punto”, dijo Jumper. “Atrapar a gente en el campo por sacar cactus requiere bastante suerte, porque los recogen en algunas áreas extensas”.
Una vez que los cactus se extraen de la naturaleza, el comercio ilícito se realiza a menudo a cielo abierto. Las tiendas de plantas de lujo de Japón exhiben especies protegidas y recolectadas en estado salvaje, mientras que los vendedores de todo el mundo las anuncian en eBay, Instagram, Etsy y Facebook. Los anuncios en línea suelen ir acompañados de advertencias de que los cactus no cuentan con los permisos necesarios para el comercio legal, y los saqueadores furtivos a veces transmiten en directo videos desde el terreno, en los que preguntan a los clientes qué plantas quieren. Los traficantes rara vez son detenidos o procesados. Aunque los coleccionistas estadounidenses, británicos, europeos y japoneses han impulsado tradicionalmente el comercio ilegal, más recientemente el interés se ha extendido también a China, Corea del Sur y Tailandia.
Aunque no existen cálculos sobre el alcance del comercio ilegal de cactus, muchos expertos creen que va en aumento. “Hace 20 años era un problema mucho menor, pero ahora es grande”, dijo Jeff Pavlat, presidente de la Sociedad Estadounidense de Cactus y Suculentas. “Poblaciones enteras están siendo arrancadas”.
El manual de un saqueador
En febrero de 2020, la policía italiana, respondiendo a una denuncia, visitó la casa de Andrea Piombetti, un conocido coleccionista y vendedor de cactus en Senigallia, una ciudad de la costa adriática. En un invernadero improvisado, los agentes descubrieron alrededor de 1000 especies chilenas protegidas de Copiapoa y Eriosyce, de tamaños que iban desde el de una pelota de béisbol a una de playa. Los policías incautaron las plantas, junto con el celular y el pasaporte de Piombetti.
No era la primera vez que Piombetti, quien no respondió a las solicitudes de entrevista y ahora está a la espera de juicio, era acusado de tráfico de cactus. La policía también le incautó un cargamento de 600 cactus chilenos en 2013. Pero el caso no llegó a procesarse por los retrasos burocráticos, y el plazo de prescripción pasó.
“Muchos delitos ambientales en Italia tienen este problema: no pueden ser castigados después de cuatro o cinco años”, dijo el teniente coronel Simone Cecchini, jefe de la división de vida silvestre del departamento de policía local, quien dirigió las investigaciones de 2013 y 2020. “Esta vez, nuestro fiscal dijo que intentaremos ser muy rápidos, porque quiere evitar lo que ocurrió en 2013”.
Piombetti aún no ha presentado su defensa ante el tribunal.
Cattabriga y otros expertos llevaron a cabo una serie de exámenes analíticos para confirmar que las plantas no habían sido cultivadas en casa, sino que fueron recolectadas en el desierto de Atacama en Chile. Cecchini y sus colegas descubrieron que Piombetti había hecho siete viajes a Chile, el último en diciembre de 2019, donde dicen que sacó furtivamente los cactus de ese desierto, que está cerca del Parque Nacional Pan de Azúcar.
Después de recoger los cactus, la investigación de Cecchini reveló que Piombetti supuestamente envió las plantas a direcciones en Grecia y Rumania, donde las aduanas internacionales son más laxas que en Italia. Debido a su resistencia, los cactus pueden sobrevivir a largos viajes por correo sin tierra, agua o luz.
Cecchini encontró muchos registros de ventas ilegales de cactus en el teléfono de Piombetti, incluidos los recibos de una empresa japonesa que parecía hacer grandes pedidos mensuales. Basándose en los precios indicados en los textos, la policía calculó que los cactus incautados tenían un valor de más de un millón de euros.
“En Italia necesitamos penas mayores para este tipo de delitos medioambientales”, dijo Cecchini.
Un insólito regreso a casa
Tras la incautación, Cattabriga dispuso que las plantas, muchas de las cuales estaban en muy mal estado de salud, fueran trasladadas al Jardín Botánico Città Studi de Milán para su cuidado temporal. A medida que avanzaba la investigación, la cuestión de qué hacer con ellas se hacía más urgente.
Los cactus confiscados por las autoridades italianas normalmente se destruyen o, si son especies raras, se envían a jardines botánicos. Pero con la Operación Atacama, “fue muy diferente”, dijo Cattabriga. El número de cactus era muy grande, y algunos eran especies en peligro crítico de extinción con necesidades muy especializadas que se encontraban en zonas de Chile que abarcaban solo unos pocos kilómetros cuadrados. Mantener los cactus en el jardín era una probable sentencia de muerte.
Al principio se habló de enviar las plantas a otros jardines botánicos de Italia y Europa. Pero Cattabriga, Cecchini y Guerrero insistieron en que se devolvieran a Chile con fines de conservación y también simbólicos.
En colaboración con Goettsch y otras personas, pasaron gran parte de 2020 navegando por la burocracia italiana, chilena e internacional para conseguir el permiso para enviar las plantas a casa. “Es la primera vez que esto ocurre, así que nadie tenía muy claro cómo hacerlo”, dijo Guerrero.
Las autoridades finalmente aceptaron el traslado a finales de 2020. Pero ni Chile ni Italia pagarían los aproximadamente 3600 dólares de gastos de envío.
Goettsch consiguió que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza aportase tres cuartas partes de los fondos, y el jardín botánico de Milán también colaboró. El resto lo aportó Liz Vayda, propietaria de B. Willow, una tienda de plantas de Baltimore que hace donaciones regularmente a grupos ecologistas.
Finalmente, a finales de abril, 844 cactus hicieron el viaje de vuelta a Chile. Otros 100 habían muerto, y 84 se quedaron en Milán para su estudio.
Cattabriga ha estado haciendo videollamadas diarias para intentar asegurarse de que las plantas son cuidadas adecuadamente mientras están en cuarentena. Según Bernardo Martínez Aguilera, jefe del departamento de inspección forestal de la Corporación Nacional Forestal de Chile, el objetivo final “es que la mayoría de estos ejemplares vuelvan a su entorno natural, del que nunca debieron salir”.
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