El pasado viernes, Abdul Aziz, de 48 años, estaba en la mezquita de Linwood rezando con sus dos hijos cuando oyó los disparos. En vez de esconderse o escapar, agarró lo primero que encontró a su paso –una máquina para cobrar con tarjeta de crédito–, salió al encuentro del pistolero gritando “¡Ven aquí!” y le arrojó el objeto. Acto seguido, mientras el terrorista cogía un arma nueva de su coche, Abdul trató de distraerle moviéndose entre los autos estacionados.

Fue entonces cuando este hombre, de origen afgano, recogió del suelo una de las armas empleadas por el agresor. Disparó contra él, pero el cargador estaba vacío. Cuando el atacante regresó a su coche por segunda vez, probablemente a buscar más munición, Aziz le arrojó el fusil y el parabrisas se rompió. “Por eso se asustó y huyó”, según explicó a los medios de comunicación este hombre al que muchos calificaban ayer de héroe tras evitar que el asesino entrara en la mezquita y culminara su escabechina.

Minutos después, dos agentes de policía, que justamente salían de un curso de entrenamiento sobre técnicas para enfrentarse a hombres armados, cogieron su vehículo e interceptaron por las calles al terrorista, identificado posteriormente como el australiano Brenton Tarrant.

En la mezquita de Al Noor, otro hombre salvó a varias personas a costa de su vida

De esta manera se ponía punto y final al atentado islamófobo que asoló la población de Christchurch, en Nueva Zelanda. El último recuento era de 50 muertos, y de los 34 heridos que permanecen hospitalizados hay doce en cuidados intensivos y dos en estado crítico.

Aziz no fue el único en tratar de frenar a Tarrant. En la mezquita de Al Noor, donde este radical de extrema derecha había abatido antes a 42 personas, el pakistaní Naeem Rashid, de 50 años, también intentó reducirlo. No lo consiguió y acabó muerto. “Hay testigos que dicen que salvó varias ­vidas al tratar de detener a ese tipo. Es nuestro orgullo, pero nos duele su pérdida”, declaró su hermano, Khursheed Alam, a la cadena BBC.