Aseguran no tener conciencia de lo que hacen. Nunca se han puesto en la situación de las víctimas: las mujeres a las que violan*.
Dos jóvenes de la ciudad sudafricana de Diepsloot, que se traduce literalmente como “Foso Profundo”, admiten abiertamente a la cámara de la BBC (que visitó esta ciudad superpoblaba en el extrarradio de Johannesburgo) que han violado a mujeres en más de una ocasión.
Muestran su rostro, pero no han querido dar sus nombres. Y hablan con tranquilidad sobre cómo perpetran las violaciones:
“Tan pronto como abren la puerta, obviamente que gritan pero nos hacemos paso y les decimos que se callen. Sacamos nuestros cuchillos, las ponemos en su propia cama y las violamos”, dicen sin apenas pudor.
En un momento uno de ellos se vuelve hacia el otro y dice: “de hecho, una vez violamos a su novia mientras él miraba”.
Pese a lo chocante que puedan parecer esas afirmaciones, la violación no parece ser una excepción en Diepsloot.
Uno de cada tres
Más de uno de cada tres hombres de esta ciudad ( 38%) admitió haber perpetrado una violación en al menos una ocasión, según un estudio de 2016 la Universidad de Witwatersrand y la ONG Sonke Gender Justice realizado en más de 2.600 hombres.
Algunos incluso violan dos veces a la misma mujer.
A María la violaron en su casa mientras su hija de cuatro años dormía en el cuarto de al lado.
“Rezaba para que mi hija no se despertara, tenía miedo de lo que le podían hacer a ella“.
Su violador le confesó que no estaba allí para matar a nadie, pero que tenía que darle algo a cambio.
“‘Haz lo que tengas que hacer’, le dije. Y entonces me violó. Era la segunda vez que ocurría”.
Hay pocos que se atrevan a confrontar a los violadores. Ni siquiera sus víctimas. Hay sensación de impunidad en Diepsloot.
“La policía no hace nada porque todos se conocen entre ellos”, asegura María, que renunció a ir a las autoridades.
Impunidad
Las pocas cifras que hay, le dan la razón. De las 500 denuncias por violaciónque se presentaron en los últimos tres años, apenas hubo un procesamiento judicial.
Pero esto no solo afecta a las violaciones, sino a todo tipo de crímenes.
“Es difícil conseguir ayuda aquí por la noche por la peligrosidad de las calles”, cuenta Golden Mtika, un periodista local especializado en cubrir crímenes.
“Puede haber un asesinato a las 10 u 11 de la noche y la policía no recoge el cuerpo hasta el día siguiente”.
Mtika describe Diepsloot como una ciudad sin ley, lo que que ha traído consecuencias terribles en algunos casos.
La falta de acción de las autoridades ha hecho que muchos se tomen la justicia por su cuenta.
En ocasiones lo que algunos entienden como justicia se traduce en linchamientos. Y no son algo extraordinario. Mtika asegura que ocurren prácticamente cada fin de semana.
Él mismo presenció uno. Una muchedumbre roció a tres hombres con gasolina, les pusieron neumáticos alrededor de sus cuerpos y les prendieron fuego a la vista de todos, en un vertedero junto a un riachuelo.
Mtika dice que, terrible como es presenciar el sufrimiento de otro ser humano, no hubiera podido hacer nada por ayudarlos, pues la multitud lo habría linchado también a él. Ni siquiera la policía interviene en estos casos, así se encuentre en el lugar.
Muchas aprueban los linchamientos, especialmente si se trata de violadores. Una habitante del lugar dice: “Está bien que estén muertos. Ellos irrumpen en nuestras casas y nos violan delante de nuestros esposo. Y les dicen: ´mira, mira cómo la violo´”.
Pero las violaciones no han disminuido por los linchamientos.
Los habitantes de Diepsloot dicen sentirse abandonados en el profundo foso que le da nombre a la localidad.
Pero mientras la pobreza y el desempleo están en la raíz de los problemas, es la violencia hacia las mujeres y la cultura de violación lo que se ha convertido en la consecuencia más brutal de la situación económica.